[telescoperos] Re: opiniones

  • From: "Iván Alarcón" <ivanovich100@xxxxxxxxx>
  • To: telescoperos@xxxxxxxxxxxxx
  • Date: Tue, 2 Oct 2007 23:23:41 -0400

Estimado Caylo:

Me gusta esto del intercambio de ideas porque uno aprende, al respecto,
tengo que decir algo en favor del pobre Lemaitre que no se puede defender de
semejante infundio.

El tipo fue el priemro que resolvió las ecuaciones de la relatividad general
de Einstein (al menos para Occidente) y a partir de esto propuso un universo
en expansión con origen en un átomo primigenio. Si eso no es ser el de la
teoría entonces no se que es, pero bueno, el desafío fue lanzado y aproveche
de investigar un poco más, les adjunto un artículo que encontré en internet
donde muestra sabrosos detalles sobre la relación de Lemaitre con Einstein,
Eddington y otros famosos de esa época:

Ciencia y fe: el origen del universo

Georges Lemaître: el padre del big-bang

Mariano Artigas

Publicado en Aceprensa, 79/95 (7 junio 1995)



La teoría del Big Bang, la Gran Explosión que habría originado nuestro
mundo, pertenece a la cultura general de nuestra época. Originalmente fue
formulada por el belga Georges Lemaître, físico y sacerdote católico. Con
ocasión del centenario de su nacimiento se ha editado un libro que ilustra
la vida y obra de Lemaître1.

Todo el mundo sabe algo de Galileo, Newton o Einstein, por citar tres
nombres especialmente ilustres de la física. Pero pocos han oído hablar de
Georges Lemaître, el padre de las teorías actuales sobre el origen del
universo.

 Una trayectoria singular

 Lemaître nació en Charleroi (Bélgica) el 17 de julio de 1894, y murió el 20
de junio de 1966. No fue un sacerdote que se dedicó a la ciencia ni un
científico que se hizo sacerdote: fue, desde el principio, las dos cosas.
Desde muy joven descubrió su doble vocación, y lo comentó con su familia. Su
padre le aconsejó estudiar primero Ingeniería, y así lo hizo, aunque su
trayectoria se complicó porque se pasó a la física y además porque, en mitad
de sus estudios, estalló la primera guerra mundial.

En 1911 fue admitido en la Escuela de Ingenieros. En verano de 1914 pensaba
pasar sus vacaciones yendo al Tirol en bicicleta con un amigo, pero tuvo que
cambiar las vacaciones por la guerra en la que se vio envuelto su país hasta
1918. Después volvió a la Universidad de Lovaina y cambió su orientación: se
dedicó a las matemáticas y a la física. Como seguía con su idea de ser
sacerdote, tras obtener el doctorado en física y matemáticas ingresó en el
Seminario de Malinas y fue ordenado sacerdote por el Cardenal Mercier, el 22
de septiembre de 1923. Ese mismo año le fueron concedidas dos becas de
investigación, una del gobierno belga y otra de una Fundación
norteamericana, y fue admitido en la Universidad de Cambridge (Inglaterra)
como investigador de astronomía.

El observatorio astronómico de Cambridge estaba entonces dirigido por Sir
Arthur Eddington, uno de los astrofísicos más importantes del siglo XX. Eran
unos años muy importantes para la física. Einstein había formulado la
relatividad especial en 1905, y en 1915 la relatividad general, que por vez
primera permitía estudiar científicamente el universo en su conjunto.
Lemaître siguió las enseñanzas de Eddington y también las de Rutherford,
padre de la física nuclear. En junio de 1924 volvió a Bruselas, pero ese
mismo año volvió a viajar por motivos científicos, esta vez a Canadá y
Estados Unidos. En América, además de encontrar a Eddington, tuvo la
oportunidad de conocer directamente a algunos físicos que, en aquellos
momentos, estaban realizando trabajos pioneros en las observaciones
astronómicas, y pasó el curso 1924-1925 trabajando en Harvard con uno de
ellos, Harlow Shapley.

Desde octubre de 1925, Lemaître fue profesor de la Universidad de Lovaina.
Abierto y simpático, tenía grandes dotes para la investigación y era un
profesor nada convencional. Ejerció una gran influencia en muchos alumnos y
promovió la investigación en la Universidad. Además, en 1930 se hizo famoso
en la comunidad científica mundial y sus viajes, especialmente a los Estados
Unidos, fueron ya una constante durante muchos años.

Lemaître se hizo famoso por dos trabajos que están muy relacionados y se
refieren al universo en su conjunto: la expansión del universo, y su origen
a partir de un «átomo primitivo».

La expansión del universo

Las ecuaciones de la relatividad general, formuladas por Einstein en 1915,
permitían estudiar el universo en su conjunto. El mismo Einstein lo hizo,
pero se encontró con un universo que no le gustaba: era un universo que
cambiaba con el tiempo, y Einstein, por motivos no científicos, prefería un
universo inalterable en su conjunto. Para conseguirlo, realizó una maniobra
que, al menos en la ciencia, suele ser mala: introdujo en sus ecuaciones un
término cuya única función era mantener al universo estable, de acuerdo con
sus preferencias personales. Se trataba de una magnitud a la que denominó
«constante cosmológica». Años más tarde, dijo que había sido el peor error
de su vida.

Otros físicos también habían desarrollado los estudios del universo tomando
como base la relatividad general. Fueron especialmente importantes los
trabajos del holandés Willem de Sitter en 1917, y del ruso George Friedman
en 1922 y 1924. Friedman formuló la hipótesis de un universo en expansión,
pero sus trabajos tuvieron escasa repercusión en aquellos momentos.

Lemaître trabajó en esa línea hasta que consiguió una explicación teórica
del universo en expansión, y la publicó en un artículo de 1927. Pero, aunque
ese artículo era correcto y estaba de acuerdo con los datos obtenidos por
los astrofísicos de vanguardia en aquellos años, no tuvo por el momento
ningún impacto especial, a pesar de que Lemaître fue a hablar de ese tema,
personalmente, con Einstein en 1927 y con de Sitter en 1928: ninguno de los
dos le hizo caso.

Para que a uno le hagan caso, suele ser importante tener un buen intercesor.
El gran intercesor de Lemaître fue Eddington, quien le conocía por haberle
tenido como discípulo en Cambridge el curso 1923-1924. El 10 de enero de
1930 tuvo lugar en Londres una reunión de la Real Sociedad Astronómica.
Leyendo el informe que se publicó sobre esa reunión, Lemaître advirtió que
tanto de Sitter como Eddington estaban insatisfechos con el universo
estático de Einstein y buscaban otra solución. ¡Una solución que él ya había
publicado en 1927! Escribió a Eddington recordándole ese trabajo de 1927. A
Eddington, como a Einstein y por motivos semejantes, tampoco le hacía gracia
un universo en expansión; pero esta vez se rindió ante los argumentos y se
dispuso a reparar el desaguisado. El 10 de mayo de 1930 dió una conferencia
ante la Sociedad Real sobre ese problema, y en ella informó sobre el trabajo
de Lemaître: se refirió a la «contribución decididamente original avanzada
por la brillante solución de Lemaître», diciendo que «da una respuesta
asombrosamente completa a los diversos problemas que plantean las
cosmogonías de Einstein y de de Sitter». El 19 de mayo, de Sitter reconoció
también el valor del trabajo de Lemaître que fue publicado, traducido al
inglés, por la Real Sociedad Astronómica. Lemaître se hizo famoso.

La fama de Lemaître se consolidó en 1932. Muchos astrónomos y periodistas
estaban presentes en Cambridge (Estados Unidos), en la conferencia que
Eddington pronunció el día 7 de septiembre en olor de multitud, y en esa
conferencia Eddington se refirió a la hipótesis de Lemaître como una idea
fundamental para comprender el universo (Lemaître estaba presente en la
conferencia). El día 9, en el Observatorio de Harvard, se pidió a Eddington
y Lemaître que explicasen su teoría.

El átomo primitivo

Si el universo está en expansión, resulta lógico pensar que, en el pasado,
ocupaba un espacio cada vez más pequeño, hasta que, en algún momento
original, todo el universo se encontraría concentrado en una especie de
«átomo primitivo». Esto es lo que casi todos los científicos afirman hoy
día, pero nadie había elaborado científicamente esa idea antes de que
Lemaître lo hiciera, en un artículo publicado en la prestigiosa revista
inglesa «Nature» el 9 de mayo de 1931.

El artículo era corto, y se titulaba «El comienzo del mundo desde el punto
de vista de la teoría cuántica». Lemaître publicó otros artículos sobre el
mismo tema en los años sucesivos, y llegó a publicar un libro titulado «La
hipótesis del átomo primitivo».

En la actualidad estamos acostumbrados a estos temas, pero la situación era
muy diferente en 1931. De hecho, la idea de Lemaître tropezó no sólo con
críticas, sino con una abierta hostilidad por parte de científicos que
reaccionaron a veces de modo violento. Especialmente, Einstein encontraba
esa hipótesis demasiado audaz e incluso tendenciosa.

Llegamos así a una situación que se podría calificar como «síndrome
Galileo». Este síndrome tiene diferentes manifestaciones, según los casos,
pero responde a un mismo estado de ánimo: el temor de que la religión pueda
interferir con la autonomía de las ciencias. Sin duda, una interferencia de
ese tipo es indeseable; pero el síndrome Galileo se produce cuando no existe
realmente una interferencia y, sin embargo, se piensa que existe.

En nuestro caso, se dio el síndrome Galileo: varios científicos (entre ellos
Einstein) veían con desconfianza la propuesta de Lemaître, que era una
hipótesis científica seria, porque, según su opinión, podría favorecer a las
ideas religiosas acerca de la creación. Pero antes de analizar más de cerca
las manifestaciones del «síndrome Galileo» en este caso, vale la pena
registrar cómo se desarrollaron las relaciones entre Lemaître y Einstein.

Einstein y Lemaître

El artículo de Lemaître de 1927, sobre la expansión del universo, no
encontró mucho eco. Desde luego, Lemaître no era un hombre que se quedase
con los brazos cruzados. Convencido de la importancia de su trabajo, fue a
explicárselo al mismísimo Einstein.

El primer encuentro fue, más bien, un encontronazo. Del 24 al 29 de octubre
de 1927 tuvo lugar, en Bruselas, el famoso quinto congreso Solvay, donde los
grandes genios de la física discutieron la nueva física cuántica. Lemaître
buscó hablar con Einstein sobre su artículo, y lo consiguió. Pero Einstein
le dijo: «He leído su artículo. Sus cálculos son correctos, pero su física
es abominable». Lemaître, convencido de que Einstein se equivocaba esta vez,
buscó prolongar la conversación, y también lo consiguió. El profesor
Piccard, que acompañaba a Einstein para mostrarle su laboratorio en la
Universidad, invitó a Lemaître a subir al taxi con ellos. Una vez en el
coche, Lemaître aludió a la velocidad de las nebulosas, tema que en aquellos
momentos era objeto de importantes resultados que Lemaître conocía muy bien
y que se encuentra muy relacionado con la expansión del universo. Pero la
situación se volvió bastante embarazosa, porque Einstein no parecía estar al
corriente de esos resultados. Piccard decidió huir hacia adelante: para
salvar la situación, ¡comenzó a hablar con Einstein en alemán, idioma que
Lemaître no entendía!

Las relaciones de Lemaître con Einstein mejoraron más tarde. La primera
aproximación vino a través de los reyes de Bélgica, que se interesaron por
los trabajos de Lemaître y le invitaron a la corte. Einstein pasaba cada año
por Bélgica para visitar a Lorentz y a de Sitter, y en 1929 encontró una
invitación de la reina Elisabeth, alemana como Einstein, en la que le pedía
que fuera a verla llevando su violón (tocar el violón era una afición común
a la reina y a Einstein): esa invitación fue seguida por muchas otras, de
modo que Einstein llegó a ser amigo de los reyes. En una conversación, el
rey preguntó a Einstein sobre la famosa teoría acerca de la expansión del
universo, e inevitablemente se habló de Lemaître; notando que Einstein se
sentía incómodo, la reina le invitó a improvisar, con ella, un dúo de
violón. Ya llovía sobre mojado.

Otra aproximación se produjo en 1930, en una ceremonia en Cambridge, donde
Einstein encontró a Eddington. De nuevo salió en la conversación la teoría
del sacerdote belga, y Eddington la defendió con entusiasmo.

Einstein tuvo varios años para reflexionar antes de encontrarse de nuevo
personalmente con Lemaître, en los Estados Unidos. Lemaître había sido
invitado por el famoso físico Robert Millikan, director del Instituto de
Tecnología de California. Entre sus conferencias y seminarios, el 11 de
enero de 1933 dirigió un seminario sobre los rayos cósmicos, y Einstein se
encontraba entre los asistentes. Esta vez, Einstein se mostró muy afable y
felicitó a Lemaître por la calidad de su exposición. Después, ambos se
fueron a discutir sus puntos de vista. Einstein ya admitió entonces que el
universo está en expansión; sin embargo, no le convencía la teoría del átomo
primitivo, que le recordaba demasiado la creación. Einstein dudó de la buena
fe de Lemaître en ese tema, y Lemaître, por el momento, no insistió.

En mayo de 1933, Einstein dirigió algunos seminarios en la Universidad Libre
de Bruselas. Al enterarse de que Hitler había sido nombrado Canciller de la
República Alemana, fue a la Embajada alemana en Bruselas para renunciar a la
nacionalidad alemana y dimitir de sus puestos en la Academia de Ciencias y
en la Universidad de Berlín. Einstein permaneció varios meses en Bélgica,
preparando su porvenir de exiliado. En esas circunstancias, Lemaître fue a
verle y le organizó varios seminarios. En uno de ellos, Einstein anunció que
la conferencia siguiente la daría Lemaître, añadiendo que tenía cosas
interesantes que contarles. El pobre Lemaître, cogido esta vez por sorpresa,
pasó un fin de semana preparando su conferencia, y la dió el 17 de mayo.
Einstein le interrumpió varias veces en la conferencia manifestando su
entusiasmo, y afirmó entonces que Lemaître era la persona que mejor había
comprendido sus teorías de la relatividad.

De enero a junio de 1935, Lemaître estuvo en los Estados Unidos como
profesor invitado por el Instituto de Estudios Avanzados de Princeton. En
Princeton encontró por última vez a Einstein.

Ciencia y religión

Volvamos al síndrome Galileo. A Einstein le costó aceptar la expansión del
universo, aunque finalmente tuvo que rendirse ante ella, porque sus ideas
religiosas se situaban en una línea que de algún modo podría calificarse,
con los debidos matices, como panteísta. Por tanto, al otorgar de algún modo
un carácter divino al universo, le costaba admitir que el universo en su
conjunto va cambiando con el tiempo. Los mismos motivos le llevaron a
rechazar la teoría del átomo primitivo. Un universo que tiene una historia y
que comienza en un estado muy singular le recordaba demasiado la idea de
creación.

Einstein no era el único científico que sufría los efectos del síndrome
Galileo. El simple hecho de ver a un sacerdote católico metiéndose en
cuestiones científicas parecía sugerir una intromisión de los eclesiásticos
en un terreno ajeno. Y si ese sacerdote proponía, además, que el universo
tenía un origen histórico, la presunta intromisión parecía confirmarse: se
trataría de un sacerdote que quería meter en la ciencia la creación divina.
Pero los trabajos científicos de Lemaître eran serios, y finalmente todos
los científicos, Einstein incluido, lo reconocieron y le otorgaron todo tipo
de honores.

Lamaître jamás intentó explotar la ciencia en beneficio de la religión.
Estaba convencido de que ciencia y religión son dos caminos diferentes y
complementarios que convergen en la verdad. Al cabo de los años, declaraba
en una entrevista concedida al New York Times: «Yo me interesaba por la
verdad desde el punto de vista de la salvación y desde el punto de vista de
la certeza científica. Me parecía que los dos caminos conducen a la verdad,
y decidí seguir ambos. Nada en mi vida profesional, ni en lo que he
encontrado en la ciencia y en la religión, me ha inducido jamás a cambiar de
opinión».

Un hecho resulta especialmente significativo en este contexto. El 22 de
noviembre de 1951, el Papa Pío XII pronunció una famosa alocución ante la
Academia Pontificia de Ciencias. Algún pasaje parece sugerir que la ciencia,
y en particular los nuevos conocimientos sobre el origen del universo,
prueban la existencia de la creación divina. Lemaître, que en 1960 fue
nombrado Presidente de la Academia Pontificia de Ciencias, pensó que era
conveniente clarificar la situación para evitar equívocos, y habló con el
jesuita Daniel O'Connell, director del Observatorio Vaticano, y con los
Monseñores dell'Acqua y Tisserand, acerca del próximo discurso del Papa
sobre cuestiones científicas. El 7 de septiembre de 1952, Pío XII dirigió un
discurso a la asamblea general de la Unión astronómica internacional y,
aludiendo a los conocimientos científicos mencionados en el discurso
precedente, evitó extraer las consecuencias que podían prestarse a
equívocos.

Lemaître dejó clara constancia de sus ideas sobre las relaciones entre
ciencia y fe. Uno de sus textos resulta especialmente esclarecedor: «El
científico cristiano debe dominar y aplicar con sagacidad la técnica
especial adecuada a su problema. Tiene los mismos medios que su colega no
creyente. También tiene la misma libertad de espíritu, al menos si la idea
que se hace de las verdades religiosas está a la altura de su formación
científica. Sabe que todo ha sido hecho por Dios, pero sabe también que Dios
no sustituye a sus creaturas. La actividad divina omnipresente se encuentra
por doquier esencialmente oculta. Nunca se podrá reducir el Ser supremo a
una hipótesis científica. La revelación divina no nos ha enseñado lo que
éramos capaces de descubrir por nosotros mismos, al menos cuando esas
verdades naturales no son indispensables para comprender la verdad
sobrenatural. Por tanto, el científico cristiano va hacia adelante
libremente, con la seguridad de que su investigación no puede entrar en
conflicto con su fe. Incluso quizá tiene una cierta ventaja sobre su colega
no creyente; en efecto, ambos se esfuerzan por descifrar la múltiple
complejidad de la naturaleza en la que se encuentran sobrepuestas y
confundidas las diversas etapas de la larga evolución del mundo, pero el
creyente tiene la ventaja de saber que el enigma tiene solución, que la
escritura subyacente es al fin y al cabo la obra de un Ser inteligente, y
que por tanto el problema que plantea la naturaleza puede ser resuelto y su
dificultad está sin duda proporcionada a la capacidad presente y futura de
la humanidad. Probablemente esto no le proporcionará nuevos recursos para su
investigación, pero contribuirá a fomentar en él ese sano optimismo sin el
cual no se puede mantener durante largo tiempo un esfuerzo sostenido. En
cierto sentido, el científico prescinde de su fe en su trabajo, no porque
esa fe pudiera entorpecer su investigación, sino porque no se relaciona
directamente con su actividad científica». Estas palabras, pronunciadas el
10 de septiembre de 1936 en un Congreso celebrado en Malinas, sintetizan
nítidamente la compatibilidad entre la ciencia y la fe, en un mutuo respeto
que evita indebidas interferencias, y a la vez muestran el estímulo que la
fe proporciona al científico cristiano para avanzar en su arduo trabajo.

 (1) Valérie de Rath, Georges Lemaître, le Père du big bang. Éditions Labor,
Bruselas 1994. 159 páginas.
Bueno, eso es todo,

Hasta pronto


On 10/2/07, Roberto Zepeda <caylo20@xxxxxxxxx> wrote:
>
> 1)  HOLA NICOLATOR :
>
> ¿ GIORDANO SE PARECÍA A TÍ ?
>
> Ahora entiendo por qué lo miraban feo ......  jajajajaja   ....  es broma
> , y no me pude aguantar de hacerla.
>
>
>  2)  EL MILTON  HUMASON.
> No me acuerdo si siempre fue mulero , pero  me parece que se dedico a
> transportar agua en mula para los constructores del observatorio porque
> deseaba estar cerca de esa actividad y no tenía nada más que aportar .
>  Se enamoraron con la hija de uno de los astrónomos y no fue aceptado.
> Me parece que empezó como conserje en Monte Wilson y después fue
> observador nocturno.
> Al ser mayores de edad igual no mah se casaron con la mina.
>
> 3) LEMAITRE
>
> Mi compadre Lemaitre no propuso la idea del Big Bang , él habló de un
> atomo promigenio. La teoria más completa fue del  gran George Gamow , creo
> que por ahi por 1946 .
> El  nombre Big Bang fue el nombre irónico o burlón que le  puso uno de sus
> contrarios algo así como en 1955 , y el apelativo agarró fuerza y fue
> aceptado por todos
>
>
> el Caylo
>

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