Hay dos días en cada semana que no deben preocuparnos, dos días que no deben
causarnos ni tormento ni miedo. Uno es el ayer con sus errores e inquietudes,
con sus flaquezas y desvíos, con sus penas y tribulaciones; el ayer se marchó
para siempre y ya está fuera de nuestro alcance.
No podemos deshacer ninguna de las cosas que ayer pasamos; no podremos borrar
ni una sola palabra de las que ayer oímos o dijimos. Ayer se marchó para no
volver.
El otro día que no debe preocuparnos es el mañana, con sus posibles
diversidades, dificultades y vicisitudes, con sus halagadoras promesas o
decepciones, el mañana está fuera de nuestro alcance inmediato.
Mañana saldrá el sol, ya para resplandecer en un cielo nítido o para
esconderse tras densas nubes, pero saldrá.
Hasta que no salga no podemos disponer del mañana, porque todavía el mañana
está por nacer.
Solo nos resta un día: hoy. Cualquier persona puede afrontar las refriegas de
un solo día y mantenerse en paz.
Cuando agregamos las cargas de esas dos eternidades, ayer y mañana, es cuando
caemos en la brega y nos Inquietamos. No son las cosas de hoy las que nos
vuelven locos. Lo que nos enloquece y nos lanza al abismo es el remordimiento o
la amargura por algo que aconteció ayer y el miedo por lo que suceder mañana.
Allí estaré. Cuando nadie esté allí para ti, Y pienses que no le importas a
nadie... Cuando el mundo entero esté sobre ti y pienses que estás solo... Allí
estaré... Cuando a la persona que más te importa, no le importes tú... Cuando
aquel al que le hayas entregado tu corazón, lo desprecie... Allí estaré...
Cuando la persona en la que confiaste te traicione... Cuando la persona con la
que has compartido todos tus recuerdos, te hiera... Allí estaré... Cuando todo
lo que necesites sea un amigo que escuche tus lamentos... Cuando todo lo que
necesites sea alguien que enjugue tus lágrimas... Allí estaré... Cuando tu
corazón duela tanto que hasta te cueste respirar... Cuando quieras desistir y
desees morir... Allí estaré... Cuando comiences a llorar después de haber
escuchado esa triste canción... Cuando las lágrimas no cesen de caer... Allí
estaré... Estaré allí hasta el final. Es una promesa que puedo hacerte Si
alguna vez me necesitas, sólo escribeme y... Allí estaré...
Existían millones de estrellas en el cielo. Estrellas de todos los colores:
blancas, plateadas, verdes, doradas, rojas y azules. Un día inquietas, se
acercaron a Dios y le dijeron:
-Señor Dios, nos gustaría vivir en la tierra entre los hombres.
-Así será hecho- respondió el Señor.
- Las conservaré a todas ustedes pequeñitas, como son vistas, para que puedan
bajar para la tierra.
Se cuenta que, en aquella noche, hubo una linda lluvia de estrellas. Algunas se
acurrucaron en las torres de las iglesias, otras fueron a jugar y anclaron con
los juguetes de los niños y la tierra quedó maravillosamente iluminada. Pero
con el pasar del tiempo, las estrellas resolvieron abandonar a los hombres.
-¿Por qué volvieron?- preguntó Dios, a medida que ellas iban llegando al cielo.
-Señor, no nos fue posible permanecer en la tierra. Allá existe mucha miseria y
violencia, mucha maldad, mucha injusticia.
Y el Señor les dijo: -¡Claro! El lugar de ustedes es aquí en el cielo. La
tierra es el lugar de lo transitorio, de aquello que pasa, de aquel que cae, de
aquel que yerra, de aquel que muere, nada es perfecto. El cielo es el lugar de
la perfección, de lo inmutable, de lo eterno, donde nada perece.
Después que llegaron todas las estrellas y verificando su número, Dios habló de
nuevo:
-Nos está faltando una estrella. ¿Será que se perdió en el camino?
Un Ángel que estaba cerca replicó:
-No Señor, una estrella resolvió quedarse entre los hombres. Ella descubrió que
su lugar es exactamente donde existe la imperfección, donde hay límite, donde
las cosas no van bien, donde hay lucha y dolor. -¿Mas qué estrella es esa?-
volvió Dios a preguntar.
- Es la esperanza Señor. La estrella verde. La única estrella de ese color. Y
cuando miraron para la tierra, la estrella no estaba sola. La tierra estaba
nuevamente iluminada porque había una estrella verde en el corazón de cada
persona. Porque el único sentimiento que el hombre tiene y Dios no necesita
tener es la esperanza. Dios ya conoce el futuro y la esperanza es propia de la
persona humana, propia de aquel que yerra, de aquel que no es perfecto, de
aquel que no sabe como será el futuro. Recibe amigo en este momento tan difícil
esta estrellita en tu corazón:
¡la Esperanza!