En tus entrañas, el hombre ya existió antes de ser.
Las leyes del amor y la cohesión son posibles sólo en tu regazo.
Eres arquitecta y constructora silenciosa
de la realidad corpórea y etérea del alma humana.
Junto a tu amor y a tus lágrimas prístinas
se aprende a querer y a llorar en infinita existencia.
A tu lado, mientras suenan los tambores de guerra a lo lejos, el fatigado
guerrero reposa en paz, el amor desbocado y la razón fría, se fusionan en
moderada unión.
El día que cierres las puertas de tu corazón,
toda locura o desvarío, existirá con justa razón.
Cuando Dios quiso hablar con el hombre,
intermedió, resplandeciente, el Espíritu Santo, encarnado, a veces, en una
paloma blanca o en el arcángel Gabriel;
y otras veces... en una hermosa doncella.
Mujer, no transitas delante ni detrás del hombre, caminas a su lado,
compartiendo en igualdad en ciencias y en artes, en virtudes y perfecciones.
Sin embargo, superas a tu eterno compañero, en cuanto a ternura de corazón
y abundancia exquisita de misericordia y simpatía.
Mujer, no amarte significaría navegar en un cielo sin estrellas ni luna,
cultivar un jardín sin flores ni perfume.