‘Chernobyl’ de HBO: Una serie de terror con moraleja contemporánea
Fuente: Fotogramas
Por: Mireia Mullor
“Nuestro poder reside en la percepción de nuestro poder”, dice el líder de
la URSS, Mijaíl Gorbachov, en una de las reuniones que vemos en
‘Chernobyl’. La prensa internacional acaba de enterarse del accidente que
ha sufrido una de sus centrales nucleares, y la imagen del imperio como la
primera potencia en ese campo se está poniendo en cuestión. En un momento
de confusión absoluta respecto a lo que ocurre, el gobierno elige conservar
el poder a través de la mentira, pero, ¿cuál será el coste de esas
mentiras? Eso mismo se pregunta el científico Valeri Alekséyevich Legásov
(Jared Harris) en la primera escena de la serie de HBO, que recrea los
eventos posteriores al desastre de Chernóbil de 1986. “El peligro es”,
continúa, “oír tantas mentiras que ya no reconozcamos la verdad”. De la
ceguera patriótica de los líderes ante el peligro, ignorar las opiniones de
los expertos con el escudo de la opinión personal y anteponer las guerras
políticas al bienestar ciudadano va esta nueva serie, que se está
convirtiendo en el fenómeno de la temporada.
Escrita por Craig Mazin (cuya carrera incluye sorprendentemente dos
entregas de ‘Scary Movie’ y ‘Resacón en las Vegas’), ‘Chernobyl’ compone en
cinco capítulos la crónica de una tragedia anunciada. Aunque ya han pasado
más de 30 años, sigue siendo un punto de inflexión claro en nuestra
percepción de la energía nuclear, originando un imaginario postapocalíptico
que artes como la literatura o el cine han absorbido en forma de distopías
y premoniciones de una humanidad condenada a la autodestrucción. Pero la
serie no quiere abordar la alargada sombra que ha dejado el desastre, sino
tratar temas que van de lo concreto a lo abstracto, que nunca dejan de
tener un ojo puesto en nuestra contemporaneidad.
La amenaza invisible
A las 1.23h de la mañana del 26 de abril de 1986, la unidad 4 de la central
nuclear Vladimir I. Lenin explotó por los aires. Con una segunda explosión
el núcleo del reactor quedó expuesto, contaminando el aire de la zona
ucraniana y dando comienzo a uno de los mayores desastres nucleares que se
recuerdan. Pero, ¿cuál fue el error? El reactor, un RBMK-1000 diseñado por
los soviéticos, estaba llegando al final de su ciclo de combustible -el
uranio en su núcleo estaba casi agotado-, algo que lo hacía mucho más
difícil de controlar. Y quiso la mala fortuna, o más bien la pobre
organización del lugar, que fue el inexperto equipo nocturno el que tuvo
que lidiar con el fin del proceso que se estaba llevando a cabo en el
reactor. Una serie de malas decisiones acabaron provocando la reacción
descontrolada del núcleo y las consecuentes explosiones que liberaron el
material radioactivo en el aire de las poblaciones cercanas. En palabras
llanas y sencillas, sin entrar en conceptos científicos, eso fue lo que
ocurrió aquella noche. Así se gestó, en cuestión de horas, una situación
que sigue teniendo consecuencias más de 30 años después.
Y eso es lo que nos cuenta ‘Chernobyl’, que no está tan interesada en
quiénes fueron los culpables en aquella central como en todo lo que originó
después, desde la irresponsabilidad del gobierno de Gorbachov -que quiso
ocultar el incidente hasta que una central en Suecia detectó el problema-
hasta las reacciones físicas en los que estuvieron expuestos a la
radiación. También, y es el eje central de la serie, en cómo se luchó muy
lejos de los despachos de Moscú para contener lo mejor posible los efectos
del accidente. Una tarea difícil teniendo en cuenta que la amenaza era, por
lo general, completamente invisible al ojo humano. Por eso, como apuntaron
algunos espectadores, parecen todos tan relativamente tranquilos observando
el "incendio" en la central. ¿Cómo iban a saber los desastrosos efectos que
sufrirían si jamás había ocurrido nada parecido? El gran reto de Legásov y
compañía fue, desde un principio, luchar contra algo contra lo que no se
habían enfrentado nunca.
La veracidad de los hechos narrados en la serie es encomiable, usando
diálogos completos de las páginas de 'Voces de Chernóbil' de Svetlana
Alexievich y siendo riguroso con las horas -que a menudo aparecen escritas
en pantalla- de los eventos del accidente y las posteriores evacuaciones y
reuniones políticas. También detalles más pequeños que demuestran un
interés por acercarse a las historias personales de los personajes, como
los zapatos que sostiene Lyudmilla (Jessie Buckley) en el funeral de su
marido porque sus pies estaban demasiado hinchados para ponérselos. Uno de
los pocos detalles creadores enteramente para la ficción es el del
personaje de la física nuclear Ulana Khomyuk (Emily Watson), que sirve como
recurso narrativo para hacer avanzar rápido las investigaciones sobre la
culpabilidad de los implicados en el incidente y luchar por que el mundo
sepa la verdad de lo ocurrido. Que ese personaje particular no existiese no
quiere decir que no sea real: está pensado como compendio de tantos otros
físicos que ayudaron y aconsejaron en los meses posteriores a la tragedia.
Mazin mantuvo las licencias creativas al mínimo, aunque toda historia tiene
una perspectiva. Y esta es indudablemente norteamericana. En un artículo
publicado en The Moscow Times, el columnista Leonid Bershidsky apunta a
muchos detalles que la serie sí ha descuidado, desde uniformes de la época
errónea hasta no medir bien las distancias entre Moscú y Chernóbil, que,
dice, es imposible recorrerla en helicóptero. "Debería haberse hecho en
Rusia, Ucrania o Bielorrusia, no por un canal de entretenimiento
estadounidense", constata, pero no con la intención de menospreciar la
serie, a la que alaba en reconstrucción de los hechos, sino por la
necesidad de esos países de rendir cuentas con su propia historia. "Este
tipo de sermón sobre la importancia de escuchar a los expertos y dirigir un
gobierno para el pueblo, y no por sus propios intereses, debería provenir
de uno de los países afectados", escribe. "Esos países, al parecer, no han
aprendido las lecciones lo suficientemente bien como para hacer una serie
como esta", añade.
Bershidsky recoge también algunos comentarios en territorio ruso, como el
del diario Komsomolskaya Pravda, que acusaba a 'Chernobyl' de "rusofobia" y
la tachaba de ser un intento de socavar el liderazgo del país en las
exportaciones de reactores nucleares, que es, curiosamente, una de las
pocas áreas en las que Rusia está por delante de los Estados Unidos y por
la que compite en los mercados europeos y asiáticos. Teorías
conspiracionistas aparte, y aunque la serie sí pueda pecar de una cierta
estereotipación de los rusos y sus mandatarios comunistas de la época,
nadie puede poner en duda que sus esfuerzos para estar lo más cerca posible
de la verdad son admirables.
Lecciones que no caducan
“¿Cuánto cuestan las mentiras? No es que vayamos a confundirlas con
verdades. El peligro es oír tantas que ya no reconozcamos la verdad. ¿Qué
hacemos entonces? ¿Queda algo que no sea abandonar la esperanza y
contentarnos con cuentos? En esos cuentos, da igual quiénes sean los
héroes. Queremos saber de quién es la culpa".
Con estas palabras empieza la serie de HBO, estableciendo desde bien
temprano la lección central que ha venido a enseñarnos: las mentiras
siempre tienen un coste. Aunque no hay duda de la voluntad de Mazin de
componer un retrato de los acontecimientos vividos en los países del este
de Europa en 1986, lo que vemos en su relato nos hace reflexionar también
sobre el presente. Sobre cómo el mundo sigue teniendo graves problemas para
enfrentarse a la verdad. A menudo, porque no pueden verla: los discursos de
Donald J. Trump y otros tantos líderes conservadores cuestionando la
existencia del cambio climático, posiblemente la amenaza más importante de
nuestro tiempo, resuenan en los despachos del Kremlin en 'Chernobyl'.
En ese enfrentamiento de la fe contra la ciencia -que la serie pone de
manifiesto en la primera reunión política entre "la fe en el socialismo
soviético" y los conocimientos de Legásov sobre el funcionamiento de las
centrales nucleares- el mundo sale perdiendo. Rechazar el conocimiento
científico y la opinión de los expertos tiene consecuencias irreparables.
De ese modo puedes acabar negando que un país ha entrado en una crisis
económica terrible, que no tienes por qué vacunar a tus hijos porque eso es
el buen 'parenting' o que miles de personas no han de ser desalojadas de un
lugar de peligro sólo para mantener las apariencias. Pero las resonancias
de la serie van más allá de ese choque, y parecen mirar directamente a
nuestra era actual de la tecnología.
En una escena, Khomyuk visita a un miembro influyente del partido comunista
para informarle de sus descubrimientos respecto al caso de Chernóbil. Él,
que ha sido informado de que todo está bien, desprecia las teorías de la
científica. "Le estoy diciendo que sí hay un problema", insiste ella, a lo
que él responde: "Prefiero mi opinión a la tuya". ¿No suena esto como
cualquier conversación en Twitter? ¿Y no es esa horrible columna de humo y
radioactividad saliendo de la central nuclear una metáfora fortuita de la
toxicidad de los medios y las redes sociales en el mundo moderno, capaces
de pudrir por dentro todo lo que tocan con su 'haterismo'? Sólo es una
interpretación que nace más de la casualidad que de una intencionalidad
narrativa, pero es cuanto menos curioso que encaje tan bien en una historia
sobre la lucha entre la opinión y la razón.
Cuando un gobierno o movimiento político empieza a ignorar el conocimiento
científico, las verdades dolorosas o las evidencias de la propia
naturaleza, lo único que queda es prepararse para el desastre. Eso es lo
que dice esta serie de nuestras sociedades pasadas y presentes, con la
esperanza de que podamos aprender algo de provecho para el futuro.