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Sent: Monday, January 9, 2017 4:58 AM
Subject: [NIEM] Alfabeto racista mexicano - 2 [série]
[com carta editorial e carta aos leitores ao final]
mayo 10, 2016
Alfabeto racista mexicano (IV)
En México la estratificación social está marcada por el color de piel, es
decir, la discriminación practicada por los grupos privilegiados obstaculiza el
ascenso social de las personas con piel morena.
Federico Navarrete | Diccionario Racismo
Cuarta entrega de la serie.
Indígenas
En días recientes una diputada local priista del estado de Guanajuato,
presidenta de la Comisión de Derechos Humanos y Atención a Grupos Vulnerables,
respondió con estas palabras a un grupo de conciudadanas suyas, hablantes de
pame y chichimeco jonás, que acudieron a solicitarle apoyo para el desarrollo
de empresas propias y para tener acceso mejores oportunidades educativas (ver
Kapitalismo):No me las imagino en una fábrica, no me las imagino haciendo el
aseo de un edificio, no me las imagino detrás de un escritorio, yo me las
imagino en el campo, yo las creo en sus casas haciendo artesanías, yo las
pienso y las visualizo haciendo el trabajo de sus comunidades indígenas. Y sé
que eso es lo que ustedes quisieran realizar y hacer. […] Porque si ustedes
deciden abandonar sus tierras y tradiciones, el pueblo mexicano nos quedamos
sin nuestras raíces.Esta cándida declaración muestra cómo amplios grupos de
nuestra sociedad mantienen un imaginario colonial de castas en que los indios
deben resignarse a ser felizmente la posición más humilde de la sociedad (ver
este artículo sobre el gobernador de Chiapas y su esposa). Al mismo tiempo, la
reacción generalizada de indignación en las redes sociales y en la prensa es un
indicio alentador de la creciente conciencia social contra la discriminación
que son objeto los pueblos indígenas de nuestro país. Tal vez sea esta una de
las secuelas más duraderas y positivas del movimiento zapatista de hace dos
décadas.La explosión social, política y mediática de 1994 conquistó un lugar
incuestionable para los indígenas en el panorama social mexicano, que ha sido
mantenido y expandido por la movilización paralela y constante de centenares de
grupos e iniciativas políticas y culturales procedentes de los más variados
pueblos y animadas por agendas igualmente diversas.Por ello, y no por ninguna
generosidad de nuestra parte, muchos mexicanos hemos reconocido su existencia y
sus derechos culturales –que se han incluido, incluso, en la Constitución. Esta
es una posición infinitamente mejor a la que ocupaban hace cinco décadas,
cuando el Estado propugnaba su integración racial y su etnocidio por medio del
indigenismo. Hoy, grupos como los huicholes o los mayas de Chiapas disfrutan de
un alto grado de “carisma étnico”: la sociedad mexicana y mundial valora en
gran medida sus manifestaciones culturales, sus producciones artísticas y sus
demandas políticas.No obstante, los indígenas del siglo XXI siguen siendo
asediados por las más variadas formas de racismo y discriminación.Para empezar
son el grupo social con menor ingreso, con menos acceso a los servicios
públicos y a la justicia. Para mostrarlo presento un solo dato: el sueldo
mensual promedio de los jornaleros agrícolas indígenas en México (una de las
ocupaciones más frecuentes de las mujeres, los hombres y los niños de estos
pueblos) es de apenas 900 pesos, la mitad exactamente de lo que ganan los que
no son indígenas (Desigualdad Extrema en México, informe de Oxfam México).En
las ciudades de todo el país viven hoy millones de hablantes de lenguas
indígenas que son objeto de discriminaciones muy diversas. Sus vestimentas
tradicionales les pueden servir para vender “artesanías”, pero nunca para
conseguir un trabajo o entrar a un establecimiento comercial. ¿Por qué en
Estados Unidos, ese país que tanto nos gusta criticar por racista, los
migrantes pueden tener una estación de radio en su idioma y no en la Ciudad de
México, o en Sinaloa, o en Baja California?Las mujeres indígenas padecen una
auténtica constelación de discriminaciones: de género, raciales, lingüísticas,
educativas, religiosas, políticas, muchas de ellas practicadas por sus propias
familias y sus propias comunidades (si bien hay también excepciones como la
comunidad de Guelatao en Oaxaca).También me parece que existe en nuestro país
otra forma de discriminación contra las mujeres y hombres indígenas, menos
negativa desde luego, pero que también amenaza con privarlos de su autonomía y
capacidad de acción (una de las consecuencias negativas de todo racismo). De
manera pedestre, la cita de la diputada hacía eco de una visión idealizadora
que coloca a los pueblos indígenas en una realidad “diferente” a la nuestra,
que los quiere auténticos y ecologistas, cercanos a la tierra, místicos,
custodios obligados de la tradición milenaria de un México profundo que no debe
cambiar para que nosotros, los “mestizos” (ver Mestizo), sí podamos seguir
cambiando.Aun con la mejor de las voluntades, esta posición encasilla a los
indígenas, les niega la posibilidad de cambiar e incorporar a sus culturas y a
sus forma de vida los elementos modernos que nosotros tanto valoramos. Así
lamentamos que “pierdan” su lengua, pero tampoco les damos chance de hablar
“bien” español o inglés; nos quejamos de que ya no usen sus “trajes”, porque no
concebimos que puedan ser punks. Tampoco concebimos que puedan programar
computadoras, como los ciberactivistas mixes y zapotecos.En suma, queremos que
sigan diferentes, pero de acuerdo con la manera en que nosotros definimos la
diferencia, que no cambien porque eso sería una traición a nuestro ideal de
pureza.
Judíos
Hace unos años, una pareja de amigos me contaron la siguiente anécdota.
Viajando en Israel, él conoció a un joven amigable y cuando le contó que venía
de México, él le dijo con visible resentimiento: “Yo sé que a los judíos les va
muy bien en México, que tienen mucho dinero. Pero no se confíen, algún día
también ahí serán perseguidos y tendrán que huir, perdiéndolo todo.” Cuando mi
amigo expresó su franco desconcierto ante esta ominosa predicción, su mujer,
nacida en el Medio Oriente, asintió con fatalismo para darle la razón al
desconocido. Sin embargo, añadió que por el momento los mexicanos no le
parecían muy proclives a actuar violentamente a causa del odio, ni a los judíos
ni a nadie.A lo largo de los años he escuchado diversos comentarios
antisemitas, de personas más o menos educadas en México. Unos extrapolaban una
experiencia particular con una persona a una condena más general de su “grupo”
o “raza”. En otros casos se trataba de prejuicios que fueron “confirmados”,
casi inevitablemente como sucede con los estereotipos, en la interacción con
las personas que ya habían sido encasilladas por ellos. Un ejemplo
particularmente repulsivo del funcionamiento de este antisemitismo nacional lo
encontramos en este oficio girado por un funcionario migratorio mexicano en
1934 para negarle la entrada al país a un refugiado judío:[Debe evitarse] la
colonización del territorio de Baja California, a base del elemento extranjero,
y menos del elemento judío, cuya arrogancia y orgullo raciales son
universalmente conocidos, y han provocado graves conflictos en otras
naciones.No solamente en época de crisis, sino en cualquier época normal, debe
buscarse de preferencia la inmigración susceptible de asimilación a nuestro
medio y la adaptación a nuestras costumbres y a nuestras leyes, y salta de
manifiesto que en este caso no se encuentra la inmigración judía.Según la
mezquina visión de este burócrata los judíos eran culpables incluso de las
persecuciones a las que los sometían los nazis y otros gobiernos intolerantes.
Pese a ello México sí dejó entrar a otros muchos refugiados de este pueblo,
aunque nunca dejó de observarlos con un cierto recelo. El antisemitismo, según
nos dicen los académicos, no llegó a cuajar en un movimiento fuerte, ni ha
desencadenado los programas vaticinados por la envidia de ese joven israelí
(ver, por ejemplo, los textos de Pablo Yankelevich). En nuestro país, en
general, el odio racial, puro y simple, no ha sido el motor de partidos o
regímenes políticos. Toquemos madera, pero no olvidemos que la xenofobia
(particularmente contra los chinos, ver Sinofobia) y la misoginia sí han
desencadenado violencias más serias. Reconozcamos también que mientras no
hagamos una autocrítica sincera de nuestras maneras de discriminar, la amenaza
no dejará de estar latente.Por otro lado, en mi larga convivencia con diversos
miembros de la comunidad judía he aprendido las maneras sutiles y no tan
sutiles como se dividen entre sí. Recuerdo todavía la manera en que un amigo
ilustrado menospreció a una colega suyo con la frase: “seguro sus abuelos
todavía comían cebollas en el gueto”. También aprendí la distinción entre
“idish” y “shajatos”, en que los segundos son objeto frecuente de escarnio y
desprecio por sus orígenes no tan europeos. El léxico judío latinoamericano
define así este término:“palabra degradante para shamis y halebis; alguien
prepotente (MEX)”; frases ejemplares: “Es muy shajato gritar así al mesero”;
Etimología: del árabe: “sandalia o chancla que llevaban los hombres en el
mercado”. Como el término naco (ver artículo), este término combina de manera
aviesa una designación relativa al origen, o “raza”, de una persona o grupo,
con un defecto de carácter, la prepotencia. Por ello mis amigos que lo
empleaban con un tono claramente despectivo, argumentaban, como quienes
defienden el primer término, que no se referían a personas de cierta
proveniencia sino a una “forma de ser”. Durante años pensé que esta
clasificación era universal, pero colegas de otras latitudes me han aclarado
que es endémica de la comunidad de nuestro país. Otra cereza en nuestro pastel
tricolor de discriminaciones y prejuicios.
Kapitalismo
(Me atengo a los usos de Horizontal, y a la tradición de Eduardo del
Río.)Comienzo con la increíble y triste historia de la güerita limosnera. En
octubre de 2012 un conductor de Guadalajara encontró en una esquina de esa
ciudad a una niña rubia y de ojos claros que mendigaba entre otros chiquillos y
adultos de piel más morena. Esto le produjo tal sorpresa que dedujo de
inmediato que la güerita debía haber sido víctima de un secuestro. Sin vacilar,
le tomó una foto con su celular y acudió a la policía para denunciar el
presunto delito. Cuando las autoridades le informaron que solo podían atender
una queja de los parientes de la menor, el preocupado automovilista “posteó” la
foto en su página de Facebook para intentar localizar a la familia de la niña.
En el texto explicaba su recelo de que ella fuera rubia y sus “papás” (así,
entre comillas) fueran morenos y su sospecha o más bien certeza de que había
sido “secuestrada, trasquilada y quién sabe qué otras cosas”. En un fin de
semana la imagen se “viralizó”, siendo compartida más de sesenta mil veces.
Otra mujer aventuró: “si lo pueden ver con lupa la niña se ve que tiene poco de
haber sido raptada ya que su vestimenta y su apariencia es de una niña nutrida
y de casa”. Según este razonamiento la evidencia misma de que la niña era bien
atendida por sus familiares confirmaba que había sido víctima de un
secuestro.Orillados por esta pequeña tormenta en las redes sociales, las
autoridades de la ciudad detuvieron a la “güerita” y a sus hermano, a su mamá y
a su tía. La madre explicó que la niña tenía el cabello claro porque su padre
era un turista de Estados Unidos y exhibió el acta de nacimiento que acreditaba
legalmente su maternidad de sus dos hijos. Pese a ello, el DIF separó a la
familia. Ni siquiera las pruebas forzosas de ADN que confirmaron la filiación
fueron suficientes para que regresaran a los niños a la custodia legal de su
madre. A esas alturas las autoridades argüían que ella era negligente porque
los obligaba a pedir limosna; consideración que, sin embargo, no las ha
conducido a detener a todos los padres de niños pordioseros la ciudad de
Guadalajara. Solo al cabo de nueve meses de separación forzosa y arbitraria, la
madre pudo recuperar la custodia de su hija.Esta lamentable anécdota nos
confirma lo que todos sabemos: en México la pobreza tiene piel morena. Los
automovilistas que cada día pasan con naturalidad o indiferencia frente a
decenas, si no es que centenares, de niños limosneros de piel morena y cabello
oscuro, estallaron en una tormenta de preocupaciones al encontrar a una
“güerita” en esa triste condición. Las historias de secuestro y abuso que
tejieron para explicar tal imposibilidad dicen mucho también de la visión que
tienen del sector más marginado de nuestra sociedad: no solo son pobres y
prietos, sino también criminales y abusadores.La racialización de la
desigualdad económica de nuestro kapitalismo es confirmada por un estudio
sociológico de Andrés Villarreal de 2010. El profesor de la Universidad de
Maryland aprovechó la encuesta nacional de electores realizada por el IFE en
2005 para cruzar la información sobre su condición socioeconómica con el color
de piel de los encuestados. La muestra es suficientemente amplia y
representativa para darnos un panorama confiable de la sociedad mexicana, y los
hallazgos de Villarreal son contundentes:1) La distinción de los encuestados
por su color de piel (20% fueron definidos como blancos, 50% como morenos
claros y 30% como morenos oscuros) fue consistente a lo largo de las etapas de
la encuesta. Esto confirma que los mexicanos estamos acostumbrados a clasificar
a las personas por su aspecto físico. Significativamente, la distinción entre
personas con piel blanca y morena es más consistente y tajante que la que
existe entre personas con piel morena clara y morena oscura.2) Hay una clara
correlación clara entre el color de piel y el nivel educativo: las personas con
piel morena clara tienen 30% menos probabilidad, según el estudio, de tener
educación superior que las de piel blanca; las de piel morena oscura tienen 58%
menos probabilidad.3) Las mismas diferencias por color de piel se encuentran en
el trabajo. 91% de los trabajadores manuales tienen piel morena (clara u
obscura) y solo el 9% tienen piel blanca. En contraste, 28% de los
profesionistas tienen la piel blanca. En la categoría más alta, personas que
son dueñas de un negocio con más de 10 empleados, la muestra casi no encontró a
personas con piel morena oscura, mientras que el 45% tenían la piel blanca.4)
También la pobreza y la riqueza se reparten de manera diferente por el color de
piel. Las personas de piel morena oscura tienen 51% menos de probabilidad de
ser ricas que las personas de piel blanca. Sin embargo, Villarreal no encontró
evidencias de que las personas con piel morena en su conjunto (80% de la
población) tengan más probabilidades de ser pobres, si tomamos en cuenta otros
factores como su nivel educativo y su ocupación. Esto lo llevó a concluir que
si bien las personas de piel más oscura pueden escapar de la pobreza (por medio
de la educación y el avance profesional), tienen menos posibilidades de ser
aceptados en los círculos más ricos de la sociedad. En otras palabras, la
discriminación practicada por los grupos privilegiados del país puede ser un
obstáculo al ascenso social de las personas con piel morena (ver
Whiteness/Blancura).5) El estudio de Villarreal sugiere que la diferencia de
nivel socioeconómico entre personas con piel más blanca y más morena tiene como
factor principal, pero no único, la diferencia en su acceso a la educación, es
decir, a un servicio público. En este caso (como en el de Ayotzinapa, a mi
juicio) podemos afirmar entonces que sí “Fue el Estado”: pues es él quien
discrimina de manera generalizada a las personas más pobres (que tienen en
general la piel más oscura) limitando su acceso a la educación y otros
servicios de calidad. Tal vez nuestro Estado no sea estructuralmente racista,
pero la única defensa que le queda es que es irremediablemente inepto (aunque
las declaraciones, por ejemplo, que hizo Rosario Robles, antes encargada de los
programas sociales del país, sobre las familias indígenas con más de tres hijos
sí rayan en el terreno del racismo abierto).6) Las conclusiones de Villarreal
merecen ser citadas:Las diferencias en la condición socioeconómica entre los
mexicanos con diferente color de piel son realmente grandes […] comparables a
las que existen entre los africanoamericanos y los blancos en Estados
Unidos.Volviendo a nuestra increíble y triste historia: el automovilista que
desató el escándalo que condujo al brutal atropello de los derechos de la niña
limosnera y de su familia negó en todo momento haber sido impulsado por el
racismo. No tengo ninguna razón para dudarlo. Después de todo el hecho de que
la pobreza en nuestro país tenga la piel morena no es un asunto de prejuicios
privados, ni de sesgos cognitivos de personas resentidas, sino es una realidad
social innegable, producto de siglos y décadas de desigualdades y explotación,
perpetuada por prácticas discriminatorias, acentuada por políticas públicas
fallidas. Reconocer esto debería hacer dudar a quienes disculpan nuestro
racismo alegando que no es tan grave como el de Estados Unidos o Sudáfrica (ver
U de Universal).
junio 07, 2016
Alfabeto racista mexicano (V)
¿Sería una exageración decir que en la publicidad mexicana impera un auténtico
régimen de apartheid?
Federico Navarrete | Diccionario Racismo
Quinta entrega de la serie.
Latino internacional
Un amigo que lleva muchos años investigando sobre el racismo en la industria de
la publicidad le preguntó recientemente a un “creativo” –hipster y alternativo
como corresponde a su profesión– si él veía posible que un día los anuncios en
México pudieran incluir algunas personas de piel morena. Tras cavilar, el otro
respondió que lo veía difícil a corto plazo, pero que tal vez en el futuro si
aparecerían “personas feas, como tú y como yo”.El automatismo con que este
ejecutivo denigró su propio aspecto físico e insultó a su entrevistador, dando
por sentado que se tenía que sentir tan feo como él mismo se siente, nos habla
más de prejuicios que de complejos personales. Nos demuestra la fortaleza del
auténtico régimen de apartheid que impera en nuestros medios de comunicación.
En ese paraíso artificial la inmensa mayoría de los modelos son güeros y de
ojos claros, con tipos físicos nórdicos que serían la envidia de la propaganda
de los partidos neo-fascistas de Europa (un ejemplo reciente: de La Comer, que
para colmo utiliza una canción de Nina Simone, artista emblemática de la lucha
de los afroamericanos por sus derechos civiles). El límite de la inclusión
cromática en este coto privado está claramente marcado por el término “latino
internacional” que se usa en incontables castings, o por eufemismos como “look
Condesa” o “tipo Polanco”. Como contaba una modelo morena, la frase significa
que buscan personas que parezcan italianas o criollas, pero no “latinos
mexicanos” y mucho menos modelos “tipo Iztapalapa”.Hace unos diez años, cuando
el jabón Dove lanzó a nivel mundial una campaña para presentar mujeres con
cuerpos que no mostraran los estragos de la anorexia avanzada, en México se
incluyeron modelos curvilíneas y “llenitas”, altas y chaparras, pero ninguna
morena y menos con rasgos indígenas. Cuando Sanicté Bastida, de la revista
Expansión, le preguntó al “ejecutivo de cuenta” las razones de esta exclusión
él respondió con total certidumbre: “No queremos llegar a extremos que sean
poco representativos; ésta es una campaña inclusiva”.Según su razonamiento, en
el mundo de la publicidad mexicana incluir modelos que se parezcan al aspecto
físico del 80% de la población mexicana sería una acción “extremista” y poco
representativa; tan inconcebible como dejar ingresar a un negro a un espacio
reservado para blancos en la Sudáfrica del apartheid. Esto, no obstante que la
marca Dove, como señaló la reportera, realiza la mayor parte de sus ventas
entre personas humildes que tienen precisamente en su mayoría ese tipo físico
(ver Kapitalismo).Cuenta la leyenda que hace 30 años una marca de bebidas
dulces realizó una campaña con modelos morenos que fue un absoluto fracaso. Tal
vez por eso ningún “creativo” se atreve a correr de nuevo ese riesgo. Tal vez
los ejecutivos tienen en sus manos las encuestas y los estudios de “mercadeo”
que demuestran de manera fehaciente que los consumidores morenos se niegan a
comprar productos anunciados por gente que se parece a ellos. O tal vez, en ese
medio el racismo se practica de manera tan automática que la gente morena es
simplemente considerada “fea” y no merece la menor consideración. Si alguno de
esos brillantes publicistas leyera este Alfabeto le agradecería mucho que me
saque de dudas, mostrándome los números que sustentan sus prácticas
discriminatorias o confirmándome sin más rodeos los prejuicios que lo llevan a
excluir de manera sistemática a la mayor parte de los mexicanos.
Mestizo
Mauricio Tenorio contaba en un artículo sobre el mestizaje que en un día el
antropólogo norteamericano Charles R. Hale, que trabaja en América Central, lo
definió como un “intelectual mestizo”. Ante el evidente desconcierto del
mexicano por ese calificativo, el padre de Hale, un destacado historiador
mexicanista, le explicó que en nuestro país no “se habla así”. Tenorio comenta
con ironía que para el joven Hale su propia reacción de sorpresa al ser
definido como “mestizo” fue la prueba “irrefutable de que el mestizaje era y es
una ideología de dominación racial tan poderosa que ni quienes la ejercemos nos
damos cuenta”.Más allá de que concuerdo con el análisis de Hale hijo respecto
al poder de la leyenda del mestizaje creo también que la sorpresa de Tenorio
señala una realidad incómoda: aunque los mexicanos nos proclamamos como
mestizos, en realidad nadie quiere serlo realmente. En los medios de clase
media y alta, ilustrados o no, llamar a alguien mestizo puede ser interpretado
como un recordatorio grosero de un mal disimulado origen indígena o popular, un
pasado “naco” por usar un término más brutal (ver Naco). En general, preferimos
sacar a relucir nuestros orígenes extranjeros o exhibir nuestras medallas
cosmopolitas. La mayoría de nuestros intelectuales y comentaristas (que no
Tenorio) sacan a relucir su propio carácter mestizo únicamente en las ocasiones
en que quieren aleccionar a otros mexicanos menos modernos y más morenos que
ellos. En suma, como mestizos, los mexicanos solemos ocupar una posición
molesta entre la vergüenza y el regaño, la jerarquía y el desprecio (ver
Colores).Por ello no sorprende que la sesuda literatura del siglo XX sobre las
formas de ser de nuestra raza de bronce tuviera un tono abiertamente
paternalista y regañón. Nuestros intelectuales criticaban sin piedad a sus
objetos de estudio, a quienes consideraban soeces, pueriles, acomplejados,
resentidos, hipócritas, solitarios, traumados y criminales. Según esta visión,
los mexicanos, particularmente los más morenos, estaban literalmente “tarados”
por sus orígenes. Por ello, los mestizos eran siempre sospechosos: la alquimia
racial y cultural que habría de convertirlos en la raza cósmica, es decir
hacerlos parecerse más a los propios intelectuales, estaba siempre en peligro
de dejar aflorar unos orígenes indios nunca enteramente superados y siempre
despreciados.El drama del mestizo mexicano, en última instancia es que nunca
quiso serlo en verdad. En su biblioteca y en su árbol genealógico, en su forma
de vestir y de pensar aspiró siempre a adquirir todos los atributos idealizados
de la blancura occidental (ver Whiteness/Blancura), asociados a la cultura
moderna y al progreso, a la civilización y al buen gusto, al glamour y a la
belleza. Aun en nuestro convulso siglo XXI algunos de nuestros intelectuales no
han abandonado el sueño de blanquear (ahora culturalmente) a la población
nacional a nombre de la democracia electoral, del neoliberalismo o de la
competitividad mundial (ver Homogeneidad racial).Afortunadamente podemos
afirmar que esos mestizos tarados y traumados nunca existieron fuera de las
fantasías de nuestras élites. La cacareada “mezcla biológica” que produjo la
“raza de bronce” no se llevó a cabo ni en el siglo XVI, ni en el XIX o el XX.
Desde luego que ha habido uniones entre personas de orígenes diferentes
(incluidos más africanos y asiáticos de lo que nos gusta admitir) pero en total
fueron mucho menos frecuentes de lo que hemos imaginado. La población mexicana
ha sido siempre más diversa y menos homogénea de lo que pretendía la leyenda
del mestizaje y nunca ha tendido a unificarse en una sola raza.Lo que sí hay en
el México de hoy es un alto grado de “indefinición racial”, es decir, que
sectores muy amplios de la población no saben cuál es su origen étnico o han
sido obligados a olvidarlo o hacerlo invisible (ver Razas, ¿qué carajo es
eso?). El ejemplo más dramático de esta invisibilidad ha sido la manera en que
hemos hecho desaparecer de nuestra conciencia a la población mexicana de origen
africano (ver Chinos).Hoy es hora de que los mexicanos nos demos cuenta que
nunca hemos sido mestizos y de que inventemos nuevas maneras de definir
nuestras identidades, siempre diversas y plurales, que no pasen por la raza y
por las leyendas que la idea del mestizaje nos ha hecho creer (ver
Pigmentocracia).
Naco
El carácter racista del calificativo “naco” es confirmado más allá de toda duda
por la fuente de toda nuestra sabiduría contemporánea: el buscador de Google.
Todas las fotos y memes que aparecen cuando se busca ese término son
abiertamente denigratorios y presentan como “nacos” exclusivamente a personas
con piel morena, rasgos indígenas y de extracción socioeconómica humilde.La
definición de la palabra en la Wikipedia en inglés confirma, con frialdad
clínica, la indisoluble vinculación entre racismo, clasismo y pretensión:Naco
(fem. naca) is a pejorative word often used in Mexican Spanish to describe the
bad-mannered, poorly educated people or those with bad taste. A naco is usually
associated with lower socio-economic classes and/or the indigenous, but it also
includes the nouveau riche.Me disculpo por la “naquez” de citar en otro idioma,
pero me dio pudor traducirlo al español y no pude dar con un artículo
equivalente en la Wikipedia en nuestro idioma. Encontré, eso sí, que el
Diccionario de Mejicanismos de 1959 de Francisco J. Santamaría ofrecía dos
hipótesis respecto al origen de este vocablo que confirman su carácter racial:
“En Tlaxcala, indio de calzones blancos” y “en Guerrero llaman así a los
indígenas nativos del estado y, por extensión, al torpe, ignorante e
iletrado”.Como el término “shajato” usado solamente en México para menospreciar
a los judíos de origen no europeo (ver Judíos), naco combina la referencia a un
origen étnico particular con la “crítica” o burla a supuestos defectos
personales y culturales: la fealdad, los malos modales, el mal gusto, la falta
de educación, las pretensiones sociales. Así tiene una función doblemente
discriminatoria: en principio todos los morenos pobres están en peligro de ser
despreciados como nacos, pero los que mejoran de “condición” son objeto de
renovado escarnio por “advenedizos”, es decir, por intentar escapar en vano del
lugar de inferioridad que les corresponde en el imaginario de quienes se creen
mejores que ellos.En ese sentido, naco se parece al término “cholo”, usado en
los países andinos para referirse a las personas de origen campesino e indígena
que han emigrado a las ciudades y han prosperado económicamente, “escapando” de
esta manera del lugar geográfico y social subordinado y marginal que les
correspondía según la mentalidad de las élites blancas de ese país. Recuerdo
todavía las palabras que escuché una vez de boca de un exponente nada brillante
de ese grupo: “Yo no tengo problema con los cholos cuando viven en la sierra.
Lo que me molesta es que vengan a Lima.”Desde hace unas décadas, ciertos
personajes de la televisión, ese semillero inagotable de discriminaciones,
clasismos y sexismos, han pretendido imprimir un carácter didáctico a este
insulto. Según ellos, el naco es aquel que no cumple las leyes, el que no
respeta las reglas de convivencia social. Este hipócrita barniz no hace sino
agravar el racismo, pues confirma el prejuicio ya de por sí muy difundido que
atribuye a las personas más morenas y más humildes una supuesta falta de
civismo y de “cultura” (ver ¿Y…la democracia qué? y Homogeneidad racial).El
moralismo ramplón de esta postura sirve para exhibir la posición del no-naco,
es decir, de quien blande el término para despreciar y humillar a los demás. En
el mejor de los casos el no-naco exhibe falta de generosidad y poca
imaginación; en el peor, una propensión regañona digna de un prefecto de
escuela primaria o de un maestro de catecismo. Así, la postura del no-naco se
revela como desesperadamente vacía: tiene que recurrir al insulto y al
desprecio para defender su superioridad tan precaria. En suma exhibe todos
atributos morales dignos de una persona que merece ocupar la portada de la
revista Hola o Quién (ver Quién).
junio 29, 2016
Alfabeto racista mexicano (VI)
Este es el nocivo objetivo de la pigmentocracia: la invisibilización de los
marginados y la naturalización de la desigualdad.
Federico Navarrete | Diccionario Racismo
Sexta entrega de la serie.
Octavio Paz y la Malinche
Esta es la historia de un parentesco marcado por el resentimiento y la
violencia. El hijo no es otro que nuestro máximo poeta e intelectual, erigido
en portavoz de todo su pueblo, o más bien del reducido sector que, según él,
“tienen consciencia de su ser en tanto que mexicanos” (aquellos que no viven
“paralizados” en el pasado, como los indios bárbaros, o que no han sido
expulsados de la historia, como los otomíes). Su madre imaginaria es una mujer
que vivió cuatro siglos antes que él, pero a quien transformó en paradigma de
toda su raza y de todo su género. La filiación entre ambos nunca existió fuera
de las páginas de El laberinto de la soledad, pero desde ahí se transformó en
un mito fundador de nuestra raza mestiza.La relación familiar estuvo marcada
desde su origen por la fatalidad, uno de los fantasmas perniciosos que rondan
las páginas del libro de Paz. A sus ojos, el pueblo mexicano apenas consigue
sobrevivir bajo la sombra de trágicas herencias históricas y raciales. Así, los
pachucos que observó en California ya no pueden ser realmente mexicanos, pues
han sido separados de la raíz de su cultura, de su lengua, de su religión, pero
tampoco conseguirán jamás transformarse en norteamericanos. Por ello, su vida
es un simulacro grotesco, una provocación huera y solo logran existir
plenamente cuando su descaro provoca la agresión racista de los
blancos:Entonces, en la persecución alcanza su verdadero ser, su desnudez
suprema de paria, de hombre que no pertenece a parte alguna.Desde la atalaya de
su prosa, Paz no disimula su desprecio por esos despatriados y los despoja de
cualquier posibilidad de escapar a los sinos que los oprimen, de defender su
dignidad, de inventar nuevos formas de ser.Las mujeres en su conjunto merecen
un tratamiento análogo. Ellas no son más que:[…] seres inferiores que al
entregarse, se abren. Su inferioridad es constitucional y radica en su sexo, en
su “rajada”.El poeta describe con minucia, y sin asomo de distanciamiento ni
crítica, el vocabulario y la práctica del sometimiento de las mujeres mexicanas
a los ojos y al poder masculinos. Solo en una ocasión plantea la posibilidad de
preguntarles a ellas su opinión, de reconocer su posible rebeldía, pero la
clausura de inmediato:¿Cómo vamos a consentir que ellas se expresen, si toda
nuestra vida tiende aparalizarse en una máscara que oculta nuestra
intimidad?Así, las aprisiona en el laberinto que él mismo les construye. De
todo ese sexo doblegado, sin embargo, nadie peor que la Chingada:Su pasividad
es abyecta: no ofrece resistencia a la violencia, es un montón inerte de
sangre, huesos y polvo. Su mancha es constitucional [¡otra vez!] y reside
[¡siempre!] en su sexo. Se confunde con la nada, es la Nada. [Los comentarios
son míos] Y la Chingada por excelencia es la Malinche, a quien Paz designa como
su propia madre y la de todos los mexicanos.Si la Chingada es una
representación de la Madre violada, no me parece forzado asociarla a la
conquista, que fue también una violación, no solamente en el sentido histórico,
sino también en la carne misma de las indias. El símbolo de la entrega es doña
Malinche, la amante de Cortés. Es verdad que ella se da voluntariamente al
conquistador, pero éste, apenas deja de serle útil, la olvida. Doña Marina se
ha convertido en una figura que representa a las indias fascinadas, violadas o
seducidas por los españoles. Y del mismo modo que el niño no perdona a su madre
que la abandone para ir en busca de su padre, el pueblo mexicano no perdona su
traición a la Malinche.La ira del hijo ultrajado aniquila sin miramientos la
voluntad de todas las mujeres indígenas: nada importa lo que hayan sentido o
deseado; no pueden, no deben, ser más que víctimas y traidoras, cuerpos
violados y desechables. La violencia de estas líneas no proviene de su
descripción, por demás vaga, de las acciones de los conquistadores, sino del
encono con que mancillan a las mujeres indígenas, las reducen a abyectas
chingadas.Frente a estas mujeres que ha hecho deleznables, Paz solo nos puede
ofrecer la evanescente figura masculina de Cuauhtémoc, el joven abuelo,
demasiado vencido para ser nuestro padre, demasiado perdido para prometernos
algo más que una vaga redención viril:Encontrar [su tumba] significa nada menos
que volver a nuestro origen, reanudar nuestra filiación, romper la soledad.
Resucitar.Abandonados con la madre a la que no pueden dejar de despreciar y
violentar, el sino del escritor, y de aquellos que reconoce como mexicanos, es
peor que el de los negros en Estados Unidos:[Ellos] entablan un combate con una
realidad concreta. Nosotros, en cambio, luchamos con entidades imaginarias,
vestigios del pasado o fantasmas engendrados por nosotros mismos.En este rapto
de lucidez Paz señala, sin saberlo tal vez, la salida de su laberinto. La
relación rencorosa entre el hijo y la madre traidora no es más que otro de los
espectros raciales inventados por la leyenda del mestizaje, como el del indio
resentido y taimado, el de las masas irredentas, el del pelado (ver Mestizo).Si
nos liberamos de estos engendros nacionalistas, las mexicanas y los mexicanos
ya no tenemos por qué creernos vástagos de ningún ultraje imaginario, ni cargar
sobre nuestras cabezas un ficticio “trauma de la conquista”. Así podemos
reconocer con toda claridad el racismo y el sexismo que apuntalaban esas
fantasías: la necesidad de perpetuar en la retórica y en la práctica la
humillación de las mujeres indígenas para así someter a toda la “raza” india;
el imperativo de confirmar a punta de infundios la precaria supremacía de los
varones no indios y de los intelectuales mestizos.
Pigmentocracia
Hace ya mucho una amiga me contaba, con ironía autocrítica, que su familia
había emigrado a México porque en este país basta con ser blanco y tener un
apellido europeo para pertenecer a la clase media. Así tenían acceso a círculos
sociales y escuelas a las que no hubiera podido entrar en otras partes del
mundo. Más recientemente, un científico universitario con doctorado y una
destacada carrera internacional me relató indignado que debido a su color de
piel moreno es frecuente que los burócratas le hablen “lentito”, como si fuera
tonto, y que algunos le han preguntado si puede usar una computadora o incluso
si sabe leer y escribir.Estas estampas contrastantes reiteran lo que todos
sabemos: en el mapa social de México la blancura suele ser una ventaja mientras
que la piel morena se convierte fácilmente en un obstáculo (ver Colores,
Kapitalismo).En las últimas décadas diversas sociólogas han acuñado el término
“pigmentocracia” para referirse a la discriminación por el color de piel
prevalente en nuestro país y en toda América Latina. El atractivo de la palabra
es que engloba y vincula de manera contundente todas las pequeñas humillaciones
y los vergonzantes prejuicios que marcan nuestra vida cotidiana con las
abismales desigualdades sociales y las diferencias de poder a nivel nacional
(ver Aspiracional, Latino internacional).Con un poco de paranoia, el concepto
nos puede llevar a imaginarnos a los “güeros” apoltronados en sus sofás,
vedando a todos los “nacos” el paso a sus jardines de privilegio. Esta
pesadilla digna de Sudáfrica me hace recordar otra anécdota de mi amigo
regiomontano. Un empleado de origen humilde y piel oscura ascendió por sus
propios méritos hasta las posiciones de mando medio de una empresa nacional de
primera línea. Sin embargo, tanto talento y lealtad no bastaron para que fuera
promovido a un puesto directivo; en privado, la mujer del presidente de la
compañía se jactaba de que su marido era tan considerado que nunca le haría a
ella la descortesía de forzarla a cenar y convivir, en los eventos de la
empresa y en su club social, con un empleado como ese y con su familia.Esta
discriminación es tan feroz como frívola, pero no constituye una auténtica
pigmentocracia, es decir, un poder racial. Me parece más exacto definir al
régimen que padecemos como una oligarquía autoritaria, una orden social
brutalmente clasista y desigual regido por el malsano contubernio entre una
clase política corrupta y una burguesía inepta que solo saben medrar de las
canonjías del estado; como estas castas privilegiadas no tienen la menor
intención de compartir su poder y su riqueza con el resto de los mexicanos, la
necropolítica se ha convertido en la única alternativa a una verdadera
democracia.El racismo (y las otras formas de discriminación) no son la causa de
esta tiranía venal y asesina, pero sí un serio agravante de todas las
injusticias que genera (ver Discriminación). Cuando el gobierno, por comisión y
por omisión, provoca o ignora la muerte de millares, cientos de miles de
mexicanas y mexicanos, su color de piel más oscuro resta resonancia a estos
crímenes: el racismo los hizo invisibles en vida y así los ha vuelto también
asesinables y olvidables (ver Violencia). Cuando todos contemplamos
indiferentes cada día a centenares, decenas de millones de nuestros
conciudadanos hundidos en la miseria, su aspecto físico diferente hace que ésta
marginación nos parezca ajena, inevitable y más aceptable (ver Kapitalismo).
Cuando todos los días, en las calles y en las pantallas, en las revistas y en
la publicidad, unos cuantos miles de miembros de nuestras élites presumen su
privilegio con desparpajo, el halo importado de prestigio de su blancura
provoca que la riqueza y el poder que usurpan les parezcan y nos parezcan tan
naturales como la estulta prepotencia de los mirreyes y las ladies.Este es el
verdadero y nocivo poder de la pigmentocracia: naturalizar la desigualdad,
hacer invisibles a los marginados y volverlos exterminables, convencernos de
que lo que debería ser inaceptable es inevitable, acostumbrarnos a la iniquidad.
¿Quién es respetable?
En un artículo titulado “¿Quién no es quién?” Mario Arriagada realizó una
mordaz y precisa radiografía del régimen de apartheid que impera en las
revistas de sociales de nuestro país, idéntico al que impera en nuestra
publicidad y nuestros medios de comunicación (ver Latino internacional). Por
medio de un improvisado pero eficaz Conteo de Blancura Editorial demostró que
en esos paraísos fotográficos del privilegio por cada 100 personas blancas
aparece en promedio solo una morena, y estas últimas son generalmente
ayudantes, meseros u otro tipo de personal de servicio, cuyos nombres casi
nunca son mencionados. Un fotógrafo de sociales le describió, un tanto apenado,
la discriminación que practicaba:Entonces, te voy a ser honesto, yo como
fotógrafo también selecciono a la persona, es decir, si yo veo alguien gordito,
chaparrito, morenito, quizá es el director del centro Banamex pero yo no sé, y
si estética y visualmente no persigue el perfil que nosotros estamos
trabajando, pues lo desprecias, lo quito […].El “target” de estas revistas,
como explicó una editora usando el lenguaje racista de la publicidad o el
lenguaje publicitario del racismo (ya no conozco la distinción), son personas
blancas, o que se imaginan blancas, y que solo quieren ver a quienes
correspondan a sus ideales aspiracionales.Más allá de estas frivolidades, lo
peligroso es que la asociación entre privilegio y color de piel se extiende
también a las cualidades morales. En 2013, la socióloga Rosario Aguilar del
CIDE realizó una encuesta experimental en universidades públicas y privadas de
la Ciudad de México. En ella mostraba fotografías y perfiles políticos de
candidatos electorales ficticios con rasgos europeos, “mestizos” e indígenas.
Cuando preguntó a los estudiantes cuál aspirante les parecía más capacitado,
más confiable y más digno de su voto, la mayoría se inclinó por los de piel
clara, aun cuando la información asociada a las fotos fuera la misma. También
atribuyeron a los más blancos una posición social elevada y, por lo tanto, una
postura más conservadora, y a los más morenos, una más humilde y una
proclividad izquierdista. Según Aguilar, este resultado demuestra que el
clasismo y el racismo van de la mano en nuestro país.En otro experimento
social, la antropóloga Eugenia Iturriaga de la UADY mostró a los alumnos de una
preparatoria privada de Mérida fotos de personas blancas y de personas con
apariencia indígena y les pidió que imaginaran sus biografías, sin contarles
quiénes eran en realidad. Invariablemente, los muchachos atribuyeron a los
“güeros” vidas exitosas, llenas de felicidad, con familias funcionales,
mascotas y viajes al extranjero (perfectamente consonantes con sus fantasías
aspiracionales). A los morenos, en cambio, los convirtieron en protagonistas de
trágicas historias de alcoholismo y violencia, miseria, criminalidad e
infelicidad familiar (acordes a las representaciones dominantes de las personas
de piel más oscura en la nota roja de los periódicos locales); en el mejor de
los casos, los transformaron en abnegados empleados domésticos. Cuando la
antropóloga les reveló que en la vida real los blancos eran personas modestas
que padecían todo tipo de problemas familiares y de adicciones, y que los
morenos eran artistas exitosos o profesionistas de clase media, la reacción de
los chicos de la élite yucateca fue de abierta sorpresa.A la luz de estas
asociaciones pertinaces entre ser blanco y ser “decente” podemos entender mejor
el mandamiento social que desde hace siglos obliga a los mexicanos y mexicanas
en ascenso social a “mejorar la raza”, es decir a buscar parejas con piel más
clara para procrear vástagos “güeros”. Blanquearse implica acumular prestigio y
conquistar respeto, portar en la piel la demostración del éxito y la certeza de
la moralidad. Como las madres y padres indígenas que no enseñan su lengua a sus
hijos para ahorrarles el peso de la discriminación que ellos mismos han
padecido, los morenos que buscan tener hijos más blancos les quieren ahorrar
las incontables humillaciones, las perpetuas desconfianzas, las constantes
expresiones de incredulidad que acarrea tener la piel más oscura en los
círculos privilegiados de nuestra sociedad. No quieren que ellos sean también
“el prietito en el arroz”, para recordar uno más de nuestros refranes racistas.
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marzo 06, 2016
De la ética editorial: una carta a nuestros lectores
A propósito de la publicación del "Alfabeto racista mexicano", una reflexión
sobre nuestro trabajo editorial.
Horizontal | Carta editorial
El pasado 3 de marzo se publicó en Horizontal la primera entrega del
Alfabeto racista mexicano del historiador Federico Navarrete. Algunos de
nuestros lectores se han sentido incómodos –e incluso ofendidos– con la
publicación de este texto, en particular con su entrada referente al sociólogo
y antropólogo Roger Bartra. Por ejemplo, nuestro lector Abdiel Macías
escribe:Navarrete endilga a un artículo de Roger Bartra la nada honrosa nota de
“racista”. Podrá uno estar de acuerdo o no con Bartra. Pero [Navarrete] comete
un salto lógico al atribuir a sus palabras un sesgo racista. En ningún punto
del texto que pone a consideración [Bartra] habla de clases ni de “razas”.
Terminado éste, apunta que algunas de sus palabras (“decrépito”, “decadente”…)
se ajustan al discurso racista. Vaya, son palabras que denotan un campo
semántico mucho más amplio y no quedan sólo en la historia, sino que son
comunes en la charla cotidiana. Yo veo que podrían adscribirse a una crítica
del “viejo régimen” de patrimonialismo y clientelismo que forjó el ascenso y
poder de los grandes sindicatos mexicanos al servicio del PRI, y a la reciente
ofensiva de que han sido objeto. En ningún momento dice Bartra que el
movimiento sindical sea decadente u obsoleto porque sus miembros son de tal o
cual raza.Al interior de la redacción también se ha suscitado un intenso
debate. Desde enero de 2016 Horizontal funciona editorialmente de una forma
descentralizada: todos los editores cuentan con la iniciativa para solicitar,
editar y publicar textos autónomamente. Aunque es constante la discusión al
interior de la redacción, una de las consecuencias de esta forma de operación
es que sus editores no están, en lo individual, siempre al tanto de los
contenidos de los textos solicitados por los demás. Este fue el caso con la
primera entrega del alfabeto de Navarrete.¿Nos encontramos frente a un texto
impublicable o no? Algunos de los editores sostenemos que la entrada sobre
Bartra se encuentra, en efecto, en los lindes de la calumnia y que debió haber
sido severamente replanteada antes de su publicación o, de plano, no publicada.
Ese gesto, el de incluir a Bartra (autor de un extensa obra que amerita
rigurosas lecturas críticas) como entrada en un diccionario que tiene como fin
marcar ideas y prácticas del racismo mexicano, nos parece inaceptable.
Parecería que el objetivo de esa entrada no es pensar a Bartra ni sus ideas
sino sencillamente marcarlo. También consideramos desafortunada la inclusión de
Lorenzo Córdova en este alfabeto. Más allá de si su “exabrupto” de mayo del año
pasado (en su momento analizado críticamente por el mismo Navarrete en
Horizontal) reproduce o no un discurso discriminatorio, no se justifica ofrecer
su nombre como entrada en un diccionario de la infamia racista.Otros editores
consideramos que la libertad de criterio de los autores al escoger sus batallas
culturales, así como su manera de polemizar, debe prevalecer. Este género
editorial, el alfabeto de autor, es un producto de naturaleza altamente
subjetiva. Intentar adivinar las intenciones de los autores e intervenir los
textos basados en esas suposiciones podría ser equiparable, en casos extremos,
a algún tipo de censura.¿Qué hacer frente a este tipo de disyuntivas
editoriales? La opción más extrema es editar o suprimir el texto una vez ya
publicado. Otra es no hacer nada. Hemos optado por publicar esta nota como una
forma de abonar a la transparencia de Horizontal y a su compromiso por mantener
un diálogo crítico con sus lectores. Del mismo modo nos planteamos iniciar una
discusión sobre los límites éticos de una publicación como la nuestra, ocupada
en cuestionar (a veces radicalmente) la distribución material y simbólica del
poder, del capital y del saber. Invitamos a nuestros lectores a formar parte de
esta reflexión. Desde su arranque Horizontal ha asumido como una de sus tareas
capitales la crítica del racismo. Esta batalla seguirá siendo parte de nuestro
cometido editorial. Como editores nos comprometemos a integrar diferentes
perspectivas que puedan abonar, con rigor y potencia, a esta discusión.La
Redacción
http://horizontal.mx/carta-de- un-autor-a-la-redaccion-y-al-p ublico/
marzo 06, 2016
Carta de un autor a la redacción y al público
En respuesta a la carta editorial de la redacción, Federico Navarrete ofrece
explicaciones sobre algunas de las entradas contenidas en el "Alfabeto racista
mexicano".
Federico Navarrete | Réplica
Antes de continuar con la presentación de mi “Alfabeto racista
mexicano”, me parece indispensable responder a la carta editorial relativa a la
primera entrega del mismo, presentada por la mesa de redacción de Horizontal el
6 de marzo.En primer lugar no lamento que mi inclusión de un texto de Roger
Bartra en la primera entrega generara polémica entre la redacción de este medio
y entre los lectores. Mi intención al criticar abiertamente un texto de este
connotado antropólogo era precisamente provocar la discusión. Trataba de
reflexionar e invitar a la reflexión respecto a la facilidad con que muchos
ejemplos del discurso público mexicano descalifican y menosprecian de la manera
más tajante a amplios grupos de la sociedad, también quería criticar las
retóricas que se utilizan para ello y que muchas veces tienen, y me sostengo en
lo que planteo en mi artículo, raigambre en discursos racistas de añeja y
nefasta tradición. Si critico las ideas expresadas por Bartra de una manera tan
enfática, es porque estoy en un profundo e inquebrantable desacuerdo con ellas,
y porque quiero dejar claras las connotaciones más peligrosas de la retórica
que emplea.Los estudiosos del racismo contemporáneo, como David Theo Goldberg,
han propuesto que la retórica biologizante y descalificadora reproduce el
discurso racista, aun cuando ya no exista una referencia abierta a las razas
(que es considerada inaceptable en el discurso público actual). En este sentido
se refuncionalizan los viejos tropos biológicos para referirse a “culturas” y
“formas de comportamiento”, construyendo nuevas retóricas discriminatorias como
la islamofobia o nuevas formas de clasismo abiertamente discriminatorio
(Goldberg, David Theo, Are We All Postracial Yet, Cambridge, Polity Press,
2015).Por ello no me convence la crítica de Abdiel Macías citada en la carta:
la utilización de las metáforas biológicas de “decrepitud”, “decadencia” y
“podredumbre” en el discurso de Bartra es suficiente para racializar de manera
ineludible a los sindicalistas del CNTE, aun si quien utilice este lenguaje no
haga referencia explícita a que sean una “raza”, pues los convierten en un
grupo minusvalorado, descalificado y condenado a la muerte (social, cultural e
incluso física). Además, al menos en los círculos en que yo me muevo, no es tan
común el uso de categorías como “decadente”, “putrefacto” o “moribundo” para
referirse a organizaciones humanas.Por otro lado, como bien ha señalado
Goldberg y otros autores, la crítica al racismo no trata de desentrañar
intenciones individuales, ni de culpar a exponentes particulares de estos
discursos, sino de señalar las maneras en que los discursos y las prácticas
discriminatorios y descalificadores, basados en (falsas) metáforas biológicas,
se reproducen y mantienen su vigencia en diversos ámbitos de nuestra vida
pública y privada.Por estas razones, en ningún momento pretendí “calumniar” ni
“marcar” a Bartra, y menos incluirlo junto con Lorenzo Córdova en un
diccionario de la “infamia racista”. Al achacarme tales cometidos, los
redactores de la carta no responden a mis argumentos sino que distorsionan mis
intenciones por doble partida. En primer lugar, en mi texto siempre fui
cuidadoso de referirme a las palabras de Bartra, y exclusivamente a las de ese
texto en particular, y nunca a su persona ni al total de su obra, aunque ahora
veo en retrospectiva que debí ser más explícito en hacer este deslinde. No lo
acuso a él de racista, ni acusaría a nadie más de serlo. Si me demuestran que
este es el cariz del texto, pediré una disculpa y me declaro dispuesto a
enmendarlo. Lamento que la brevedad de las entradas dentro del formato que
elegí impidiera que argumentara mi postura con más detalle y cuidado.El afán de
mi “alfabeto” y de la más amplia reflexión pública que he realizado sobre el
tema del racismo mexicano, no es de ninguna manera construir una galería de
villanos o “infames” racistas, sino comprender las dinámicas sociales y
culturales que permiten que se reproduzcan estas prácticas y discursos
discriminatorios en los más diversos ámbitos de nuestra cultura y nuestra
sociedad, incluso en aquellos que jamás se considerarían racistas.En otras
palabras, no se trata de señalar o denostar a nadie por ser “un racista”, sino
de desmontar de manera polémica los prejuicios y retóricas “racistas” que a
veces ni siquiera lo son conscientemente. Por otro lado, me parece que las
figuras públicas como Bartra y Córdova, y como yo mismo, en cuanto autor de
este “Alfabeto”, también estamos expuestos a que se critique y ataque nuestras
palabras. En ese sentido en este texto estoy respondiendo a la acusación de que
soy un “calumniador” con argumentos, de la misma manera en que esperaría que
los defensores de un destacado intelectual mexicano pudieran desmentir con
argumentos razonados el señalamiento de los elementos racistas presentes en su
texto, y no sólo con acusaciones exageradas a quien realizó la crítica.Por otro
lado, creo que si vamos a discutir el tema del racismo en nuestra vida privada
y pública, debemos evitar la demonización o la santificación de las posturas y
de los críticos. Vivimos en un país donde las divisiones de clase y cultura, la
desigualdad y el encono, las discriminaciones y el racismo han existido durante
siglos y han marcado cada aspecto de nuestra vida social, política y cultural.
Por ello, como señala la propia Mónica Moreno Figueroa, todas y todos los
mexicanos hemos sido y somos a la vez víctimas y victimarios de racismo. Estoy
seguro de que si continúo publicando mi “Alfabeto” y luego de publicar mi libro
México racista, no faltarán los lectores críticos que me acusen a mí mismo de
racista por hablar de estos temas. Y tal vez tengan razón y estaré dispuesto a
enmendar mis palabras y clarificar mis ideas, sin que su descalificación me
ofenda personalmente. Adelanto que, para demostrar este afán auto crítico
cometeré la inmodestia de incluirme en el mismo alfabeto, en la F de Federico
(pues no pretendería desplazar al polifacético término “naco” de la letra
N).Lamento que mi inclusión de Bartra en esta primera entrega de mi “Alfabeto”
haya provocado tantas confusiones respecto a las intenciones de esta serie. Si
mis críticos se molestaron en leer las otras dos entradas que presenté la
semana pasada, quizá habrán sido capaces de detectar un cierto tono humorístico
y mordaz. Y ese afán satírico perdurará a lo largo de las 28 entradas que
pretendo realizar: no pretendo hacer una galería de “infamia” ni de “infames”,
tampoco haré una sucesión de denuncias inflamatorias, sino un llamado a la
reflexión (auto) crítica y a la (auto) ironía sobre el racismo que practicamos,
sobre los hábitos y los prejuicios que todos compartimos en mayor o menor
medida.
Federico Navarrete
Federico Navarrete, historiador y escritor, trabaja en el Instituto de
Investigaciones Históricas de la UNAM. Entre sus libros más recientes están
México Racista (Grijalbo 2016) y Hacia otra historia de América (UNAM, 2015).
También publicó la novela Nahuales contra Vampiros. Del mar a la montaña
(Montena 2014).
[organizado por Helion Póvoa Neto]
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