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Subject: [NIEM] Alfabeto racista mexicano - 1 [série]
[com carta editorial e carta aos leitores ao final]
http://horizontal.mx/alfabeto- racista-mexicano-1/
marzo 03, 2016
Alfabeto racista mexicano (I)
El propósito de este diccionario es analizar los discursos que sostienen y
refuerzan las prácticas racistas en todos los órdenes de la sociedad mexicana.
Federico Navarrete | Diccionario Racismo
En las siguientes semanas publicaré una serie de artículos de
diccionario con definiciones concisas de los principales ideas, prácticas,
discursos y prejuicios que alimentan, refuerzan y representan el racismo en
México. Este alfabeto tiene un afán polémico y un tono irreverente que busca
despertar el debate y hacernos conscientes de la fuerza y prevalencia de
nuestras costumbres racistas y las formas de pensar que las acompañan. Las
ideas que presentaré en este repertorio se desarrollarán con más detalle en el
libro México racista: una denuncia, que será publicado por la editorial
Grijalbo en mayo de este año.
A de Aspiracional
La primera vez que escuché esta palabra pensé que se trataba de un nuevo tipo
de electrodoméstico.Sin embargo, la sabiduría infinita de internet me
proporcionó la siguiente definición mercadotécnica: “Se trata de intentar
asociar la compra del producto con la obtención de esa situación ideal que
puede estar relacionada con un estatus social superior, con la fama, con la
belleza física o con un lugar idílico.”En nuestro México racista, diría
cualquier publicista que se respete, ser “aspiracional” significa en primer
lugar ser blanco. Sólo las personas con aspecto europeo merecen ser asociadas
con todo lo bueno de la vida, como los seres etéreos y sublimes que aparece en
los anuncios de Liverpool o del Palacio de Hierro.Hace un par de años, cuando
una funcionaria de un museo de la Ciudad de México intentó hacer un cartel
promocional con un retrato de una familia mexicana morena y feliz, no pudo
conseguir ninguna fotografía con ese tipo de modelos. Ante su desconcierto, el
empleado de una agencia de publicidad le explicó sin vacilación: “los morenos
no son aspiracionales”. En otras palabras, según los custodios de nuestro
paraíso del consumo, nadie en México soñaría con convertirse en moreno, sólo en
güero.Esta afirmación lapidaria confirma lo que todos ya sabemos: la publicidad
y más en general la televisión y otros medios electrónicos practican el racismo
más feroz e implacable. En ese régimen de apartheid mediático los morenos, los
negros, los chinos, sólo pueden ocupar papeles de pobres o extranjeros; la
nación del consumo prestigioso, de la riqueza y del glamour, es exclusivamente
blanca, como si viviéramos encerrados en la fantasía de un bóer sudafricano de
hace cincuenta años.(Ver también: Colores, Whiteness/Blancura, Güero, Vanidad.)
Bartra, Roger
(A propósito de esta entrada en el diccionario, publicamos esta carta
editorial.)“La CNTE pertenece al viejo mundo de la cultura nacionalista
revolucionaria que lentamente se está desvaneciendo y está contaminada por la
putrefacción de una cultura sindical que se resiste a desaparecer del panorama
político. Su reacción contra la reforma educativa es el estertor de un
magisterio decrépito que se opone a la renovación y a la evaluación de su
trabajo. […] Estamos ante el espectáculo de miles y miles de pobres maestros,
que vienen de un mundo que se extingue y que se pudre. […] Las protestas de la
CNTE revelan el peso de un mundo viejo que se derrumba, con sus caciques
sindicales, sus mediaciones corruptas, sus costumbres caducas y la decadencia
de una gran masa de maestros mal educados y malos educadores, que se resisten
al cambio. Un mundo en camino de desaparecer es peligroso, pues alberga la
desesperación de sectores sociales enervados llenos de rencor. Son seres
humanos que sufren una gran dislocación y que deben hallar un lugar fuera del
mundo que se deshace.”Estas palabras del famoso intelectual mexicano fueron
publicadas en el diario Reforma el 10 de septiembre de 2013, en el momento más
álgido de la protesta de la coordinadora de maestros contra la reforma
educativa impulsada por el gobierno federal. Las incluyo en este alfabeto
porque reproducen sin pudor, y sin aparente autocrítica, las principales
figuras del discurso racista más virulento de los últimos dos siglos.Hablar de
prácticas culturales y políticas “putrefactas”, “decadentes”, “condenadas a
morir”, es retomar metáforas biológicas falsas y perniciosas que se han
empleado para justificar el exterminio de muchos pueblos, culturas y “tribus”
en Europa y América. Claro que el artículo se refiere una cultura sindical que
considera “corrupta”, pero en su retórica, como en todo discurso racista, es
demasiado fácil cruzar la línea de descalificar las acciones de un grupo a
condenar a sus miembros.El antropólogo se atribuye, como tantos profetas de la
modernización, la capacidad de determinar qué formas sociales son “caducas” y
por lo tanto merecen “extinguirse” y cuáles son modernas y merecen prosperar.
En el presente y en el pasado reciente esta retórica ha justificado las más
variadas agresiones contra los grupos definidos como obsoletos, transformados
la descalificación en seres desechables: a nombre de la modernidad se
colonizaron África y Asia y se exterminó a los pueblos indígenas de Estados
Unidos y de Argentina.Finalmente, el discurso desacredita de antemano la
racionalidad y el valor político de cualquier reacción de los miembros del
grupo discriminado, atribuyéndola al “enervamiento” y al “rencor”. Retóricas
similares han sido empleadas una y otra vez en nuestro país y en el mundo para
denigrar las demandas y las reivindicaciones de los movimientos campesinos y
populares.Este tipo de discursos de descalificación, por más que se pronuncien
desde la supuesta neutralidad de una posición de sabiduría, son particularmente
peligroso en un país como el nuestro, donde la impunidad (como en el caso de
Topo Chico) y la crisis de derechos humanos (como explica el nuevo informe de
la Comisión Interamericana de Derechos Humanos) amenazan ya la vida misma de
los grupos más marginales.(Ver también: Feminicidios, Política de la
muerte/Necropolítica.)
Colores
Nuestro racismo del siglo XXI es, antes que nada, una cuestión de colores, de
piel, de cabello, de ojos.En nuestra vida social las mexicanas y mexicanos nos
colocamos continuamente, y somos colocados por los demás, en una escala
cromática que asocia la blancura, natural o artificial, con el privilegio, el
poder y la riqueza, y su “contrario”, es decir, la piel morena, con la
marginalidad y la pobreza. Este escalafón de fenotipos nos permite determinar,
de manera casi automática, quienes merecen nuestra admiración y envidia y
quienes nuestro desprecio o lástima.La jerarquización de colores nos demanda un
constante esfuerzo de transformación y ascenso. El uso estratégico de tintes de
pelo y otras productos y tecnologías de modificación corporal, la inversión en
ropa a la moda, son los tributos que pagamos al dios de la blancura y su brillo
“aspiracional”.Sin embargo, como ha propuesto la socióloga Mónica Moreno
Figueroa en sus estudios sobre las mujeres mestizas y sus ideales racializados
de belleza, nuestra posición en esta gradación siempre es precaria, pues nunca
falta quien esté dispuesto a rebajarnos un escalón; así como nosotros tampoco
podemos resistirnos a menospreciar a quienes están debajo de nosotros. Este
racismo cotidiano, más implacable porque ni siquiera lo reconocemos como tal,
afecta constantemente nuestra imagen propia, pone en entredicho de manera
continua nuestra propia hermosura.Vistos desde esta perspectiva, los incesantes
despliegues de glamour y moda de nuestra “primera dama” Angélica Rivera,
apuntalados por un uso desmedido de cosméticos y un derroche en costosísimos
desplegados publicitarios, provocan más lástima que escándalo: son testimonio
conmovedor de su desesperada necesidad de mantenerse a toda costa en la primera
posición de la resbalosa escalera cromática.(Ver también: Aspiracional, Güero,
Vanidad, Whiteness/Blancura.)
marzo 29, 2016
Alfabeto racista mexicano (II)
Podemos encontrar registros racistas en el idioma, en el reparto desigual de
los bienes materiales e, incluso, en los relatos históricos. El principal
peligro del racismo es que acentúa todas las demás formas de discriminación.
Federico Navarrete | Diccionario Racismo
Segunda entrada de la serie.
Ch de Chino
Aunque los chinos, originarios del país asiático han sido tal vez las
principales víctimas de la violencia racista en México en el siglo XX, este
tema se abordará en la S de “Sinofobia”. En este artículo hablaremos en cambio
de otros seres humanos que fueron llamados “chinos”, las personas de origen
africano que llegaron a México en el periodo colonial y cuyos descendientes
constituyen hoy un grupo generalmente ignorado de la población nacional.El
término chino, como zambo, lobo, coyote o mulato se usaba en esos tiempos para
referirse a las personas de extracción africana. Pocos recuerdan que entre los
siglos XVI y XVIII llegaron a México decenas de miles de esclavos africanos,
tal vez más que los inmigrantes europeos. Según las estimaciones de Gonzalo
Aguirre Beltrán, en 1740 vivían en la Nueva España el doble de africanos que de
españoles (veinte mil contra diez mil) y los que él llama “afromestizos” eran
casi medio millón, un mayor número que los mestizos hijos de indígenas y
españoles (Aguirre Beltrán, Gonzalo, La población negra en México, un estudio
etnohistórico, México, Fondo de Cultura Económica-Universidad Veracruzana-INI,
1989).Por su condición de esclavitud, los africanos fueron el sector más
despreciado y discriminado de la sociedad novohispana, aunque muchos
consiguieron la libertad de sus hijos gracias a matrimonios con mujeres
indígenas. Los resultantes chinos y mulatos, conservaban, sin embargo, el
estigma de su origen africano, que se consideraba imborrable.Las personas de
origen africano (mezcladas o no) eran altamente visibles en la sociedad
novohispana: como capataces de los indios y de los otro esclavos, como
arrieros, como pequeños comerciantes. Dos de los más importantes dirigentes de
los ejércitos insurgentes pertenecieron a este grupo: José María Morelos y
Vicente Guerrero.Sin embargo, cuando los gobiernos del México abolieron la
esclavitud y las distinciones legales que segregaban a los mulatos y los
africanos del resto de la población, los “negros” se hicieron casi invisibles
en el mapa social de nuestro país. Muchos de ellos han seguido viviendo hasta
hoy en las comunidades costeras de Veracruz, Oaxaca y Guerrero; otros se
integraron a la creciente “plebe” definida como “mestiza” que incluía también a
indios que habían abandonado sus pueblos y a “blancos” pobres.Para fines del
siglo XIX, pocos recordaban la existencia de las personas de origen africano en
nuestra población. Forjando patria, el himno al mestizaje mexicano escrito por
Manuel Gamio en 1916, no menciona una sola vez la existencia de este grupo
humano.Fue hasta mediados del siglo XX que Aguirre Beltrán “descubrió” el
pasado “negro” de México y clasificó a las personas de origen africano grupos
como “afromestizos”, afirmando que debían mezclarse con el resto de la
población nacional.En la actualidad, los mexicanos que se definen a sí mismos
como “afrodescendientes” son víctimas de todo tipo de discriminación racial. La
más grave es la duda de que sean realmente ciudadanos de nuestro país. Por
ello, es frecuente que se les pidan papeles para acreditar su nacionalidad y ha
habido casos de mexicanos que han sido incluso deportados por tener la piel
“negra”.Los afrodescendientes mexicanos buscan hoy darse a conocer como
integrantes de pleno derecho de nuestra nación y pugnan por el reconocimiento
constitucional de su existencia y de sus derechos.
D de Discriminación
Podríamos afirmar, sin exagerar, que en nuestro país lo único que no
discriminamos es la discriminación misma. Los mexicanos somos practicantes
continuos e incansables de un auténtico arcoíris de prejuicios: desde el
desprecio a las mujeres, a los homosexuales y a las personas transgénero,
pasando por el cultivo de todo un folclor despectivo contra “nacos”, “negros”,
“argentinos” y “chinos”, hasta los menosprecios a los más pobres y la exclusión
a quienes practican religiones diferentes o hablan distinto. En nuestro humor y
nuestra vida cotidiana no desperdiciamos la oportunidad de ofender y
menospreciar a todas y todos los que son diferentes a nuestro modelo de
masculinidad mestiza y acomplejada, hispanoparlante y prepotente. De hecho,
hasta nuestros machos son objeto de escarnio si no lo demuestran
suficientemente por medio de… la práctica de más discriminación.El reciente
caso de Andrea Noel, quien sufrió un ataque sexual en las calles de la Ciudad
de México y luego fue agredida en las redes sociales y amenazada en la vida
real por atreverse a denunciarlo, es evidencia de cómo la discriminación contra
las mujeres se transforma con espeluznante facilidad en agresión y
violencia.Claro que muchos aducen que esto no es racismo, que despreciar a las
mujeres y a los menos favorecidos socialmente, negar derechos a los miembros de
“sectas” protestantes, burlarse de los acentos diferentes, es pura y llana
intolerancia o clasismo, como si eso fuera menos grave. Cuando la antropóloga
Eugenia Iturriaga denunció las prácticas racistas de las élites de la ciudad de
Mérida, la justificación de algunos fue que ellos desprecian a las personas por
sus apellidos, no por su color de piel (como si los apellidos en Yucatán no
fueran producto de toda una historia de diferencia racial). Una escritora
afirmó incluso que los grupos encumbrados a los que ella se adscribe no son
racistas porque tratan muy bien a su servidumbre.El peligro es que el racismo
acentúa todas las demás formas de discriminación y clasismo, en una espiral de
desprecio y agresión. Si el pobre, además de pobre es moreno, más razón para
ningunearlo. Si las mujeres son marginales y su aspecto físico no
“aspiracional”, corren el riesgo de ser devoradas por una de los vórtices de
feminicidios que asuelan nuestro país sin que a nadie le importe. El etcétera
es tan largo que llenaría otro alfabeto de exclusión, odio y violencia.México
no vive bajo un régimen “multicultural” ni es presa de la “corrección
política”, como lamentan algunos. Vivimos bajo la tiranía de la
“multidiscriminación” racista, sexista y clasista. La defensa de este régimen
sin correcciones se ha convertido incluso en asunto de orgullo nacional. En
2005 cuando los estadounidenses criticaron a Memín Pinguín por su
representación abiertamente estereotípica de los rasgos raciales africanos,
tanto funcionarios como intelectuales salieron a la defensa de nuestras burlas
raciales, afirmando, como la escritora yucateca, que eran formas mal
comprendidas de amor fraterno.Nosotros somos así, como decía Bef con ironía:
nos gusta burlarnos de los que son diferentes, pero lo hacemos con afecto,
porque no somos de ninguna manera racistas; simplemente no toleramos las
diferencias. Esa es nuestra idiosincrasia.
E de Español, lengua nacional
Desde la segunda mitad del siglo XIX, México ha vivido una situación
excepcional en su larguísima historia: un sólo idioma, el español, se ha
convertido en la lengua mayoritaria del país. Antes, el náhuatl era
probablemente la lengua más hablada y en el territorio nacional se usaban
centenares de otros idiomas.Esta unificación lingüística de México no sucedió
por azar: fue una imposición deliberada del gobierno que forzó a la mayoría del
país a adoptar una lengua que no era suya. Las leyes se escribieron solo en
español, que fue utilizado de manera exclusiva en periódicos, radio y
televisión, así como en la vida política y económica. También se convirtió en
el único vehículo de la educación: en las escuelas públicas, los niños que
habían aprendido lenguas indígenas en sus casas, eran objeto de burla, escarnio
e incluso castigos físicos si continuaban hablándolas. Muchos padres no
enseñaron lenguas diferentes a sus hijos porque sabían que hablarlas los
convertiría en objeto de desprecio y de discriminación. Desde hace 150 años
cualquier camino al ascenso social en México pasa por hablar español,
considerado sin razón alguna como la única lengua civilizada y moderna.Pese a
esta intolerancia lingüística, México sigue siendo y no dejará de ser un país
plurilingüe. El día de hoy más de diez millones de ciudadanas y ciudadanos
tienen una lengua materna diferente al castellano y hay también más de diez
millones de personas de origen mexicano en Estados Unidos que hablan inglés. De
hecho, el número de mexicanos que no hablan español como su primer idioma está
creciendo, en vez de disminuir.Lamentablemente en nuestra cultura oficial se
sigue practicando una discriminación feroz contra quienes no “hablan bien” el
español. La lengua se ha hecho sinónimo de nacionalidad y de patriotismo. Hace
unos años, un comentarista ilustrado negaba a otro ciudadano la posibilidad de
ser “realmente mexicano” porque hablaba con acento extranjero:habla un idioma
que, por supuesto, ya no es chino; pero que mucho menos es español. Con oírlo
hablar 30 segundos sale uno de dudas y se establece el diagnóstico: este no es
mexicano, pero ni a mentadas de madre.Esta procaz defensa de la integridad
“nuestro” idioma y nuestra nacionalidad demuestra con qué facilidad la
intolerancia en el idioma deriva en el abierto racismo. Lo mismo pasa con el
prejuicio que afirma que los indígenas hablan “mal español” (sin entender que
lo hablan como segunda lengua) y que, por lo tanto, los considera ridículos y
menos capaces que los hablantes nativos de castellano, en vez de reconocer la
riqueza cultural y lingüística que tienen. La lingüista hablante de mixe
Yásnaya Aguilar ha criticado con lucidez estos prejuicios.Lo más grave es que
la intolerancia a nombre del español está en ascenso. Un artículo en la
reciente ley de telecomunicaciones pretende imponer la “lengua nacional” (dando
por sentado que es el español, desde luego, no el mixteco o el triqui) como la
única que se puede emplear legalmente en radio y televisión, fuera de las áreas
indígenas. Afortunadamente la valiente labor de Mardonio Carballo logró un
amparo en la Suprema Corte contra esta legislación abiertamente
discriminatoria.En este contexto, me parece indefendible la iniciativa para
convertir el español en el “idioma oficial” de México, una medida que no
servirá para nada más que para profundizar la discriminación contra los
millones de mexicanos que hablan otros idiomas y para perpetuar la
identificación cada vez más falsa entre ser mexicano y hablar esa lengua.
abril 15, 2016
Alfabeto racista mexicano (III)
La homogeneidad racial es la fantasía de una élite, un discurso, contra la
pluralidad social, política y cultural que nunca ha dejado de existir, cuyo
propósito es fijar una imagen única de los mexicanos.
Federico Navarrete | Diccionario Racismo
Tercera entrega de la serie.
F de Federico
El día en que nací, una tía acomedida felicitó a mi madre con las siguientes
palabras: “Por suerte no salió tan morenito”. La pulla me colocó de lleno en la
dolorosa historia de la escala cromática de mi familia (ver Colores).En efecto,
mi mamá era la “More” de su casa, y ese cariñoso epíteto racial la colocaba por
debajo en la escala de belleza y orgullo familiar de sus hermanas las “güeras”.
El cabello de la More era “malo” (un término que se aplica en todo nuestro
continente a las conformaciones capilares que no se ajustan al ideal lacio y
claro de la blancura), lo que justificó brutales ataques a su dignidad personal
por parte de un tío, quien la hizo rapar contra su voluntad en una peluquería
de varones al menos en dos ocasiones. Por cruel ironía, ella había sido
bautizada con el nombre del pariente agresor.Escuchar estas y otras anécdotas
de la discriminación racial de que fue víctima mi madre cuando no podía ni
sabía defenderse, y constatar las profundas heridas que dejaron en la imagen
que tenía de sí misma, me hizo crecer con la convicción de que México era y es
un país brutalmente racista, y que esta violencia, como tantas otras formas de
agresión, se ejerce de manera particularmente cruel entre parientes y amigos.
Tal vez su caso fue extremo, pero estoy seguro que no tiene nada de excepcional
en el México de mediados del siglo XX, ni en el actual.Recuerdo que cuando
tenía seis años un fotógrafo de fiesta se negó a tomarme una instantánea al
lado de mis primos “güeros”, argumentando que yo no era suficientemente bonito.
Pero, sobre todo, quedó marcada en mi memoria la airada y dolorida reacción de
mi madre. Ella seguramente trataba de protegerme del tipo de desprecio que
había sufrido, pero sólo consiguió que todo el incidente me resultara más
humillante.Esa convicción se comprobó cuando mis amigos de adolescencia,
alumnos de escuelas progresistas e ilustradas del sur de la Ciudad de México,
me bautizaron con una serie de apodos racistas, aludiendo a mi parecido a
personajes indígenas del cine nacional y a ciertos monolitos prehispánicos,
combinados, como debía de ser en nuestro régimen multidiscriminatorio (ver
Discriminación), con el uso del femenino que ponía en duda mi hombría. Debo
señalar que todos practicábamos las burlas más diversas a nuestros amigos por
ser gorditos, narigones, tener muchos barros, o por sus supuestas preferencias
sexuales, o cualquier otro rasgo que los diferenciara. Algunos de esos amigos,
sin embargo, también utilizaban la palabra “indio” como un insulto, lo que
implica que la dimensión racial tenía un peso particular en su imaginario, o
más bien en la total falta de imaginación con que regurgitaban los prejuicios
del medio, pese a la educación marxista y activa que recibían. Todavía recuerdo
la vehemencia con que uno de ellos argumentaba que “indio” sí era un insulto
legítimo, pues había aborígenes muy primitivos; lo mismo que “maricón” porque
los “putos”… (no pienso repetir aquí sus argumentos homófobos).No pretendo
afirmar que estas discriminaciones hayan pasado nunca de la humillación
personal. Mi madre pudo estudiar y desempeñarse con gran éxito en la profesión
que eligió. A lo largo de mi vida, mi condición de miembro de la clase media me
ha abierto mucho más puertas de las que me pudo haber cerrado mi color de piel
“no tan morenito”. Después de todo, en la década de 1980 y 1990, como decía un
amigo de entonces, había dos cosas absolutamente fáciles para los jóvenes
clasemedieros con un mínimo de educación (aunque quizá no tanto para las
mujeres, pero eso no era algo que nos preocupara entonces): publicar nuestros
textos en revistas literarias y fumar mariguana.Hablando de puertas, sin
embargo, hasta hace pocos años, cada vez que me ponía huaraches, los guardias
que vigilan los edificios privados me examinaban de pies a cabeza con
insolencia y me preguntaban con tono insultante por qué motivo me atrevía a
penetrar en las ciudadelas de privilegio que les tocaba custodiar. Sospecho que
mis amigos más “güeritos” no eran tratados con el mismo desprecio, aun cuando
vestían las mismas ropas informales, pero no he realizado el experimento social
correspondiente. Tampoco sé si la cosa sigue siendo así, porque, la verdad,
dejé de ponerme huaraches. Como tantos otros morenos y “no tan morenos”
mexicanos preferí gastar un poco más en zapatos y ahorrarme las humillaciones.
Sin embargo, en la R de Respeto discutiré varias encuestas que demuestran que
en nuestro país la confianza, la respetabilidad y la honestidad se asocian más
fácilmente con personas de tez clara.En suma, estas historias de racismo
familiar y amistoso no han tenido consecuencias políticas o sociales, no son la
base de un régimen de apartheid ni han derivado en linchamientos. Tal vez
algunos podrían argumentar que no son como el racismo gringo o sudafricano que
tanto nos gusta invocar a los mexicanos para exculpar nuestras prácticas
discriminatorias.A mí, estas experiencias me han vuelto muy susceptible a
cualquier forma de discriminación; un poco paranoico, incluso; excesivamente
suspicaz de nuestras formas de burlarnos de los otros, de definir quién es
bello y quién no. Tal vez sea por estos complejos personales que defiendo la
corrección política que les gusta denostar socarronamente a tantos de nuestros
intelectuales. O tal vez sea porque no puedo olvidar que a lo largo de su vida
mi madre nunca dejó de sentir el dolor que le provocó la brutalidad de su tío y
las distinciones cromáticas de su familia.
G de Güero
“Cómprele, güero.”“Caite para los chescos, güerito.”“¿Cómo nos arreglamos,
güera?”Estas invitaciones y sus infinitas variantes se repiten todos los días
en mercados y calles, en paraderos y puestos de la Ciudad de México y de tantas
otras ciudades del país. No importa que el “güero” invitado a comprar una
baratija, a pagar un servicio informal, o a dar una mordida, tenga la piel
morena y el cabello oscuro. En nuestras interacciones cotidianas el “güero” es
el cliente, el que tiene “la lana”, quien ocupa una posición más elevada en la
jerarquía social. En ese sentido el término social no siempre corresponde al
color de piel y de cabello al que alude, pero la correspondencia es tan
frecuente como para que no pierda su exactitud racial.Debido a su asociación
con el privilegio y con el estatus “superior” de la blancura (ver Colores y
Whiteness/Blancura), “güero” suele ser un término adulatorio. Ser “güero” es
Aspiracional, es “chido”, por eso tantas personas añaden el calificativo a su
nombre. El término se utiliza para halagar a alguien y así convencerlo de que
pague, seducirla para que preste, chantajearlo para que se moche.En otras
ocasiones, sin embargo, cuando el adjetivo es acompañado por una actitud
amenazante o por el despliegue de un arma, llamar a alguien “güero” o peor
“güerita”, puede ser mucho más ominoso: la advertencia de que se ha convertido
en blanco de violencia.El diminutivo “güerita” coloca a las mujeres de piel más
blanca y de clase social más alta en una posición que es a la vez de
superioridad, frecuentemente inalcanzable, y de vulnerabilidad, con frecuencia
extrema. En el mundo social mexicano, las güeritas habitan las pantallas de la
tele y se exhiben en los espectaculares de la calle, se pasean en los espacios
de privilegio y ahí se convierten en imposibles objetos de deseo para buena
parte de la población. Sin embargo cuando se suben al metro o incursionan en
espacios no tan “reservados” (que por otro lado les pertenecen plenamente)
corren el riesgo de convertirse en víctimas de acoso y agresión sexual. Tras
nuestra implacable violencia contra las mujeres, además de los complejos
machistas y de las prácticas patriarcales, de la impunidad legal y de la
complicidad vergonzante de tantos varones, se agazapa también este fantasma
racial y de clase: la distinción brutal entre la élite bonita y la mayoría que
no lo es, la arrogancia de la primera transformada en resentimiento de la
segunda. Ésta no pretende ser ningún tipo de justificación, simplemente una
radiografía de nuestras escisiones fenotípicas y sociales.Por eso podemos decir
que lo que da la fuerza social al término “güero” es la distinción que
confirma, la manera en que nos recuerda en que hay mexicanos que lo son y otros
que no.Claro que existen los “güeros de rancho”. Esta expresión es el
equivalente nacional de la brutal categoría de white trash (basura blanca) con
que se desprecia en Estados Unidos a los blancos pobres, una clase baja que no
tienen ni siquiera el encanto multicultural de la diferencia racial. Sin
embargo, su carácter paradójico también comprueba que los rubios pobres son
considerados excepcionales en nuestro país, y en su honor nos encanta tejer
leyendas de prolíficos invasores franceses y de curas poco célibes.(En el
artículo de K de Kapitalismo discutiremos los colores de piel que asume la
desigualdad económica en México, y la increíble y triste historia de la niña
güera que pedía limosna en Guadalajara.)
H de Homogeneidad racial
A fines del siglo XIX los varones educados, adinerados, serios e inteligentes
que tenían que tomar esas determinaciones decidieron que si México quería
participar en el “concierto de las naciones civilizadas” como las potencias de
Europa y de América del Norte, y también como el emergente imperio japonés,
debía aspirar a alcanzar la homogeneidad racial que los caracterizaba. Según
las palabras de nuestros políticos e intelectuales, y de acuerdo con las
acciones de los regímenes porfirista y revolucionario a lo largo de más de cien
años, homogeneizar racialmente a México en una nación mestiza era indispensable
para que pudiéramos progresar.Según dice el lugar común de nuestra historia, y
celebran muchos intelectuales, esta ansiada homogeneización del pueblo mexicano
se ha logrado de manera exitosa por medio del mestizaje. Sin embargo, esto no
es más que una ilusión o, peor, una mentira.No pretendo negar que el México de
1970 era significativamente más uniforme que lo que era la nación de 1850,
aunque en los últimos 50 años se ha vuelto nuevamente diverso. Pero esta gran
confluencia no tuvo casi ningún componente biológico o racial efectivo. Ni en
ese siglo (ni antes en la historia de México) se juntaron grandes números de
mujeres indígenas y hombres europeos y tuvieron hijos racialmente mestizos. La
mezcla racial es una leyenda de la historia nacionalista y una ideología de
poder en nuestra sociedad, no una verdad histórica (ver Mestizaje).La
unificación de México entre 1880 y 1970 no fue racial. Se logró en primer lugar
por medio del idioma. La educación y la administración pública, así como los
medios de comunicación, atacaron de manera sistemática a las lenguas indígenas
que hablaba la mayoría de la población e impusieron sin cortapisas el español
como la única lengua del país (ver Español, lengua nacional). También se logró
por medio de la generalización de la ideología liberal entre la población y de
las ideas de ciudadanía individual y de progreso económico que la sustentaban.
Otro componente fue el guadalupanismo católico.La gran unificación fue
producto, sobre todo, del desarrollo del capitalismo: de la industrialización
urbana y del crecimiento de las haciendas y minas en el campo, de las grandes
migraciones que produjo la modernización. También fue resultado de las guerras
extranjeras, civiles y revolucionarias que hicieron moverse y transformaron a
la población.Sin embargo, la unificación de la lengua, la política, la religión
y la economía mexicanas no produjeron nunca, y menos ahora en el siglo XXI, una
sociedad realmente homogénea, ni en lo racial, ni en lo lingüístico, ni en lo
cultural. El número de mexicanos que hablan una lengua materna distinta al
español crece cada día. Igualmente conviven en México muchas maneras diferentes
de concebir la política y la participación ciudadana más allá del
individualismo y de los partidos políticos. Además nuestro territorio está
poblado con una amplia gama de grupos sociales (“indígenas” y “mestizos”) que
han encontrado maneras de crear y de defender ámbitos económicos y sociales que
escapan a las leyes de la ganancia y la acumulación capitalista. La milagrosa
supervivencia de la milpa de autosubsistencia, pese a los ataques incesantes de
las reformas neoliberales de los últimos 20 años, es un ejemplo de ello.El
problema con el proyecto de la homogeneización racial mestiza no es que haya
fracasado: en realidad nuestras élites nunca quisieron construir una nación de
iguales, sino reproducir las diferencias que garantizaban su poder, y
modernizar a la mayoría indígena de la población para apropiarse de sus tierras
y convertirla en una masa manejable de trabajadores del campo y la ciudad.El
problema es que sigue vivo. A nombre de las supuestas ventajas de la
homogeneidad se niegan derechos a los indígenas y también a las mujeres, a las
minorías sexuales, a las diferentes religiones, a todos aquellos que no
correspondan a los ideales patriarcales y excluyentes de la élite. Los
defensores de la homogeneidad no se cansan de buscar y denostar las diferencias
condenables que siguen existiendo en México. A nombre de la falsa homogeneidad
mestiza y de la pureza democrática, los intelectuales no dejan de despreciar y
descalificar las formas de hacer política de la mayoría de la población como
clientelares y corporativas (como mostraron en Horizontal Alejandra Leal y
Antonio Álvarez Prieto). Cuando en 2006 el politólogo Carlos Elizondo afirmó
que en México existen dos “repúblicas” contrapuestas, una moderna,
individualista, democrática, eficientemente capitalista y obediente de la ley y
la otra atrasada, corporativa, clientelista, aferrada a la economía informal y
fuera de la legalidad, no proponía un pacto entre dos formas distintas de ser
mexicano, sino clamaba por la eliminación de la república que consideraba
inferior. Ya hemos visto la retórica racista que llegan a adoptar en nuestro
país los discursos modernizadores que preconizan la necesaria desaparición de
grupos y prácticas “caducos”, es decir que son diferentes a los que los
intelectuales pretenden tener.En suma la homogeneidad racial (y cultural)
mexicana es una fantasía de una élite ilustrada, y de unos gobiernos
autoritarios, que quieren decidir cómo deben ser todos los mexicanos y que
transforman la pluralidad y las diferencias sociales, políticas y culturales
que nunca han dejado de existir en nuestro país en defectos y en amenazas. Es
una forma de intolerancia que se disfraza de modernidad.
http://horizontal.mx/de-la-eti ca-editorial-una-carta-a-nuest ros-lectores/
marzo 06, 2016
De la ética editorial: una carta a nuestros lectores
A propósito de la publicación del "Alfabeto racista mexicano", una reflexión
sobre nuestro trabajo editorial.
Horizontal | Carta editorial
El pasado 3 de marzo se publicó en Horizontal la primera entrega del
Alfabeto racista mexicano del historiador Federico Navarrete. Algunos de
nuestros lectores se han sentido incómodos –e incluso ofendidos– con la
publicación de este texto, en particular con su entrada referente al sociólogo
y antropólogo Roger Bartra. Por ejemplo, nuestro lector Abdiel Macías
escribe:Navarrete endilga a un artículo de Roger Bartra la nada honrosa nota de
“racista”. Podrá uno estar de acuerdo o no con Bartra. Pero [Navarrete] comete
un salto lógico al atribuir a sus palabras un sesgo racista. En ningún punto
del texto que pone a consideración [Bartra] habla de clases ni de “razas”.
Terminado éste, apunta que algunas de sus palabras (“decrépito”, “decadente”…)
se ajustan al discurso racista. Vaya, son palabras que denotan un campo
semántico mucho más amplio y no quedan sólo en la historia, sino que son
comunes en la charla cotidiana. Yo veo que podrían adscribirse a una crítica
del “viejo régimen” de patrimonialismo y clientelismo que forjó el ascenso y
poder de los grandes sindicatos mexicanos al servicio del PRI, y a la reciente
ofensiva de que han sido objeto. En ningún momento dice Bartra que el
movimiento sindical sea decadente u obsoleto porque sus miembros son de tal o
cual raza.Al interior de la redacción también se ha suscitado un intenso
debate. Desde enero de 2016 Horizontal funciona editorialmente de una forma
descentralizada: todos los editores cuentan con la iniciativa para solicitar,
editar y publicar textos autónomamente. Aunque es constante la discusión al
interior de la redacción, una de las consecuencias de esta forma de operación
es que sus editores no están, en lo individual, siempre al tanto de los
contenidos de los textos solicitados por los demás. Este fue el caso con la
primera entrega del alfabeto de Navarrete.¿Nos encontramos frente a un texto
impublicable o no? Algunos de los editores sostenemos que la entrada sobre
Bartra se encuentra, en efecto, en los lindes de la calumnia y que debió haber
sido severamente replanteada antes de su publicación o, de plano, no publicada.
Ese gesto, el de incluir a Bartra (autor de un extensa obra que amerita
rigurosas lecturas críticas) como entrada en un diccionario que tiene como fin
marcar ideas y prácticas del racismo mexicano, nos parece inaceptable.
Parecería que el objetivo de esa entrada no es pensar a Bartra ni sus ideas
sino sencillamente marcarlo. También consideramos desafortunada la inclusión de
Lorenzo Córdova en este alfabeto. Más allá de si su “exabrupto” de mayo del año
pasado (en su momento analizado críticamente por el mismo Navarrete en
Horizontal) reproduce o no un discurso discriminatorio, no se justifica ofrecer
su nombre como entrada en un diccionario de la infamia racista.Otros editores
consideramos que la libertad de criterio de los autores al escoger sus batallas
culturales, así como su manera de polemizar, debe prevalecer. Este género
editorial, el alfabeto de autor, es un producto de naturaleza altamente
subjetiva. Intentar adivinar las intenciones de los autores e intervenir los
textos basados en esas suposiciones podría ser equiparable, en casos extremos,
a algún tipo de censura.¿Qué hacer frente a este tipo de disyuntivas
editoriales? La opción más extrema es editar o suprimir el texto una vez ya
publicado. Otra es no hacer nada. Hemos optado por publicar esta nota como una
forma de abonar a la transparencia de Horizontal y a su compromiso por mantener
un diálogo crítico con sus lectores. Del mismo modo nos planteamos iniciar una
discusión sobre los límites éticos de una publicación como la nuestra, ocupada
en cuestionar (a veces radicalmente) la distribución material y simbólica del
poder, del capital y del saber. Invitamos a nuestros lectores a formar parte de
esta reflexión. Desde su arranque Horizontal ha asumido como una de sus tareas
capitales la crítica del racismo. Esta batalla seguirá siendo parte de nuestro
cometido editorial. Como editores nos comprometemos a integrar diferentes
perspectivas que puedan abonar, con rigor y potencia, a esta discusión.La
Redacción
http://horizontal.mx/carta-de- un-autor-a-la-redaccion-y-al-p ublico/
marzo 06, 2016
Carta de un autor a la redacción y al público
En respuesta a la carta editorial de la redacción, Federico Navarrete ofrece
explicaciones sobre algunas de las entradas contenidas en el "Alfabeto racista
mexicano".
Federico Navarrete | Réplica
Antes de continuar con la presentación de mi “Alfabeto racista
mexicano”, me parece indispensable responder a la carta editorial relativa a la
primera entrega del mismo, presentada por la mesa de redacción de Horizontal el
6 de marzo.En primer lugar no lamento que mi inclusión de un texto de Roger
Bartra en la primera entrega generara polémica entre la redacción de este medio
y entre los lectores. Mi intención al criticar abiertamente un texto de este
connotado antropólogo era precisamente provocar la discusión. Trataba de
reflexionar e invitar a la reflexión respecto a la facilidad con que muchos
ejemplos del discurso público mexicano descalifican y menosprecian de la manera
más tajante a amplios grupos de la sociedad, también quería criticar las
retóricas que se utilizan para ello y que muchas veces tienen, y me sostengo en
lo que planteo en mi artículo, raigambre en discursos racistas de añeja y
nefasta tradición. Si critico las ideas expresadas por Bartra de una manera tan
enfática, es porque estoy en un profundo e inquebrantable desacuerdo con ellas,
y porque quiero dejar claras las connotaciones más peligrosas de la retórica
que emplea.Los estudiosos del racismo contemporáneo, como David Theo Goldberg,
han propuesto que la retórica biologizante y descalificadora reproduce el
discurso racista, aun cuando ya no exista una referencia abierta a las razas
(que es considerada inaceptable en el discurso público actual). En este sentido
se refuncionalizan los viejos tropos biológicos para referirse a “culturas” y
“formas de comportamiento”, construyendo nuevas retóricas discriminatorias como
la islamofobia o nuevas formas de clasismo abiertamente discriminatorio
(Goldberg, David Theo, Are We All Postracial Yet, Cambridge, Polity Press,
2015).Por ello no me convence la crítica de Abdiel Macías citada en la carta:
la utilización de las metáforas biológicas de “decrepitud”, “decadencia” y
“podredumbre” en el discurso de Bartra es suficiente para racializar de manera
ineludible a los sindicalistas del CNTE, aun si quien utilice este lenguaje no
haga referencia explícita a que sean una “raza”, pues los convierten en un
grupo minusvalorado, descalificado y condenado a la muerte (social, cultural e
incluso física). Además, al menos en los círculos en que yo me muevo, no es tan
común el uso de categorías como “decadente”, “putrefacto” o “moribundo” para
referirse a organizaciones humanas.Por otro lado, como bien ha señalado
Goldberg y otros autores, la crítica al racismo no trata de desentrañar
intenciones individuales, ni de culpar a exponentes particulares de estos
discursos, sino de señalar las maneras en que los discursos y las prácticas
discriminatorios y descalificadores, basados en (falsas) metáforas biológicas,
se reproducen y mantienen su vigencia en diversos ámbitos de nuestra vida
pública y privada.Por estas razones, en ningún momento pretendí “calumniar” ni
“marcar” a Bartra, y menos incluirlo junto con Lorenzo Córdova en un
diccionario de la “infamia racista”. Al achacarme tales cometidos, los
redactores de la carta no responden a mis argumentos sino que distorsionan mis
intenciones por doble partida. En primer lugar, en mi texto siempre fui
cuidadoso de referirme a las palabras de Bartra, y exclusivamente a las de ese
texto en particular, y nunca a su persona ni al total de su obra, aunque ahora
veo en retrospectiva que debí ser más explícito en hacer este deslinde. No lo
acuso a él de racista, ni acusaría a nadie más de serlo. Si me demuestran que
este es el cariz del texto, pediré una disculpa y me declaro dispuesto a
enmendarlo. Lamento que la brevedad de las entradas dentro del formato que
elegí impidiera que argumentara mi postura con más detalle y cuidado.El afán de
mi “alfabeto” y de la más amplia reflexión pública que he realizado sobre el
tema del racismo mexicano, no es de ninguna manera construir una galería de
villanos o “infames” racistas, sino comprender las dinámicas sociales y
culturales que permiten que se reproduzcan estas prácticas y discursos
discriminatorios en los más diversos ámbitos de nuestra cultura y nuestra
sociedad, incluso en aquellos que jamás se considerarían racistas.En otras
palabras, no se trata de señalar o denostar a nadie por ser “un racista”, sino
de desmontar de manera polémica los prejuicios y retóricas “racistas” que a
veces ni siquiera lo son conscientemente. Por otro lado, me parece que las
figuras públicas como Bartra y Córdova, y como yo mismo, en cuanto autor de
este “Alfabeto”, también estamos expuestos a que se critique y ataque nuestras
palabras. En ese sentido en este texto estoy respondiendo a la acusación de que
soy un “calumniador” con argumentos, de la misma manera en que esperaría que
los defensores de un destacado intelectual mexicano pudieran desmentir con
argumentos razonados el señalamiento de los elementos racistas presentes en su
texto, y no sólo con acusaciones exageradas a quien realizó la crítica.Por otro
lado, creo que si vamos a discutir el tema del racismo en nuestra vida privada
y pública, debemos evitar la demonización o la santificación de las posturas y
de los críticos. Vivimos en un país donde las divisiones de clase y cultura, la
desigualdad y el encono, las discriminaciones y el racismo han existido durante
siglos y han marcado cada aspecto de nuestra vida social, política y cultural.
Por ello, como señala la propia Mónica Moreno Figueroa, todas y todos los
mexicanos hemos sido y somos a la vez víctimas y victimarios de racismo. Estoy
seguro de que si continúo publicando mi “Alfabeto” y luego de publicar mi libro
México racista, no faltarán los lectores críticos que me acusen a mí mismo de
racista por hablar de estos temas. Y tal vez tengan razón y estaré dispuesto a
enmendar mis palabras y clarificar mis ideas, sin que su descalificación me
ofenda personalmente. Adelanto que, para demostrar este afán auto crítico
cometeré la inmodestia de incluirme en el mismo alfabeto, en la F de Federico
(pues no pretendería desplazar al polifacético término “naco” de la letra
N).Lamento que mi inclusión de Bartra en esta primera entrega de mi “Alfabeto”
haya provocado tantas confusiones respecto a las intenciones de esta serie. Si
mis críticos se molestaron en leer las otras dos entradas que presenté la
semana pasada, quizá habrán sido capaces de detectar un cierto tono humorístico
y mordaz. Y ese afán satírico perdurará a lo largo de las 28 entradas que
pretendo realizar: no pretendo hacer una galería de “infamia” ni de “infames”,
tampoco haré una sucesión de denuncias inflamatorias, sino un llamado a la
reflexión (auto) crítica y a la (auto) ironía sobre el racismo que practicamos,
sobre los hábitos y los prejuicios que todos compartimos en mayor o menor
medida.
Federico Navarrete
Federico Navarrete, historiador y escritor, trabaja en el Instituto de
Investigaciones Históricas de la UNAM. Entre sus libros más recientes están
México Racista (Grijalbo 2016) y Hacia otra historia de América (UNAM, 2015).
También publicó la novela Nahuales contra Vampiros. Del mar a la montaña
(Montena 2014).
[organizado por Helion Póvoa Neto]
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