[chilefuturo] Al fin un articulo en que se proponen cosas que hacer...

  • From: Patricio Chacon <pachamos@xxxxxxxxx>
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  • Date: Mon, 21 Nov 2011 17:03:42 -0300

...en vez de quejarse de lo mal que estan las cosas en el mundo.
Claro que, como todo en la vida, no es prefecto, un tanto
voluntarista, talvez demasiado optimista, pero sigue siendo lo
mejorcito que he visto hasta ahora.

Lo pueden leer en http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=4569

Con mucho gusto lo copio, pa los flojos.

Patricio

Políticas económicas después de la muerte del neoliberalismo
Boris Kagarlitsky · · · · ·

20/11/11




El sistema económico internacional que tomó forma después del colapso
de la Unión Soviética todavía no está muerto, pero se está muriendo.
Lo vemos diariamente, no solo en los informes sobre la crisis sino
también en otras noticias en todo el mundo que cuentan la misma
historia: el sistema no funciona.

La verdad es que el sistema nunca ha funcionado para los pobres y las
clases trabajadoras. No fue diseñado para ello por mucho que nos digan
sus propagandistas y unos cuantos intelectuales corruptos. El sistema
funcionó para las élites; generó una enorme redistribución de riqueza
y poder a favor de los ya ricos y poderosos, a favor de la burguesía.
Pero ahora ya no les sirve ni siquiera a ellos. Aunque las élites no
sean lo suficientemente valientes para admitirlo el sistema debe
transformarse.

Se trata de una verdadera crisis sistémica, si no del capitalismo por
lo menos de su forma neoliberal. Y esta crisis no podrá ser superada
hasta que el neoliberalismo no sea eliminado. Que ello suponga también
el fin del capitalismo depende de la escala de las luchas globales y
de sus resultados.

El sistema neoliberal se ha basado en la explotación de la mano de
obra barata. Esta carrera hacia abajo tuvo como consecuencia, primero
la pérdida de trabajos en Europa, pero en seguida fueron sus víctimas
los trabajadores de América Latina, Africa del Norte e incluso Asia.
Muchos trabajos industriales se trasladaron a China; de hecho, el
crecimiento de China ha golpeado más fuertemente al potencial de
desarrollo de la periferia del mundo capitalista que al núcleo del
sistema. Europa ya no pierde tantos puestos de trabajo a favor de
China, pero sí los países latinoamericanos. En muchos sentidos, las
revoluciones árabes del 2011 fueron provocadas por esta lógica de
crecimiento sin desarrollo: se eliminaron las oportunidades reales
para crear buenos empleos industriales.

La transformación en economías de servicios y finanzas no ha tenido
lugar solamente en los países centrales sino también en la periferia.
Es más, no ha tenido nada que ver con las nuevas tecnologías. Ha sido
el resultado de la destrucción del estado del bienestar, de la
creciente debilidad de los mercados internos y del desplazamiento
hacia el trabajo barato, lo que de hecho ha bloqueado la innovación
tecnológica y el desarrollo en el campo de la producción.

La innovación de la que oímos hablar actualmente raramente tiene que
ver con la producción de bienes. Se trata principalmente de consumo;
la mayoría de los “productos revolucionarios e innovadores” que
encontramos no son en absoluto nuevos, sino que son tan solo formas de
vendernos versiones diferentes de los mismos bienes con el subterfugio
de que son nuevos y forzándonos a remplazar a los antiguos. Los
consumidores y el sentido común se resisten a esta absurdidad,
ralentizando así la economía global que no puede avanzar sin ello.

La llamada financiarización del capitalismo global no es la causa de
la crisis actual, sino que en sí misma equivale a una secuencia en
cambios mucho más importantes – la degeneración y eliminación del
estado del bienestar, con el acompañamiento inevitable de salarios más
bajos y mercados internos más débiles. La importancia creciente de los
mercados internacionales y globales es inseparable del estancamiento y
el declive de sus contrapartes nacionales. Actualmente, sin embargo,
estamos llegando al punto en que este declive interno hace imposible
la continuación del crecimiento global. Sin cambios radicales en los
modelos sociales y económicos, incluyendo la reconstrucción del estado
del bienestar, será imposible desplazar las estrategias de producción
y desarrollo hacia los mercados internos, incluso si, técnicamente
hablando, existen los recursos necesarios para ello. Incluso en China
pronto quedará claro que los mercados internos no “despegan” sin
llevar a cabo reformas sociales y una redistribución masiva de la
riqueza.

Ha llegado el momento, por lo tanto, de volver la página y reorientar
las estrategias de desarrollo hacia la producción, hacia un trabajo
más cualificado y más bien pagado, hacia la reindustrialización y
hacia programas sociales y un nuevo estado del bienestar. Pero para
ello hay que destruir las instituciones políticas y económicas del
neoliberalismo, lo mismo que el neoliberalismo ha destruido antes las
instituciones democráticas y comunistas del antiguo Sozialstaat
(estado social). ¿Puede conseguirse sin revoluciones? Quizás en
algunos casos, pero solo en el contexto de revoluciones en alguna otra
parte, algo así como la forma en que la social democracia escandinava
se benefició de la Revolución rusa en 1917.

No se puede volver al modelo keynesiano de los años 1950 y 60. No
solamente porque las tecnologías y las estructuras sociales han
cambiado, aparte de que el keynesianismo tiene aspectos negativos que
ahora entendemos mucho mejor. La razón clave es que el estado del
bienestar occidental de las décadas pasadas se mantuvo a sí mismo en
los llamados países capitalistas avanzados usando recursos extraídos
de la periferia. Además, la democracia estuvo reservada como un lujo
para el llamado Primer Mundo desarrollado, con la única, notable y
duradera  excepción de la India. Durante algún tiempo el modelo de
estado de bienestar soviético también se comportó pasablemente bien,
sin explotar a la periferia, pero también sin democracia en su centro.
En muchos sentidos esta falta de democracia preparó el terreno a la
derrota de la URSS en la Guerra Fría y al colapso soviético.

Nos encontramos ahora ante la enorme tarea de crear un nuevo modelo de
estado del bienestar que no solamente incluya la democracia como
elemento de funcionamiento interno sino que esté basado, además, en la
extensión de las prácticas democráticas más allá de la política, a las
esferas económica y social. Este modelo no puede depender del actual
sistema mundial jerárquico de estados ricos y pobres, es más, tiene
que actuar como un medio para superarlo. ¿Es factible esta tarea? Creo
que sí, a largo plazo, aunque solo a través de un proceso
revolucionario que tiene que llevarse a cabo a escala internacional.
Este proceso acaba solamente de empezar y estamos ahora en su primera
fase.

Mientras tanto, la necesidad de políticas económicas nuevas es
urgente. ¿Cuáles son las prioridades a corto plazo por las que, en
tanto que izquierdas, deberíamos luchar? La primera necesidad es un
desarrollo complejo, que cree trabajos productivos, oportunidades
culturales, posibilidades de educación e investigación, así como
vivienda e infraestructuras. Todos estos elementos deben estar
interconectados y la gente implicada (desde los profesionales técnicos
hasta los consumidores y residentes locales) debe ser informada,
consultada e implicada en la planificación. Se pueden utilizar algunos
elementos de planificación tecnocrática – hay cosas que no pueden
hacerse espontáneamente – pero estos elementos deben enfrentarse al
test de la discusión y el control democráticos. Los profesionales son
necesarios, pero los buenos profesionales reciben su liderazgo del
público; los malos profesionales son los que tratan de decir al
público lo que hay que hacer, luego ignoran las dudas y las protestas
del público cuando no consiguen convencerlo.

Otro aspecto de la nueva política tiene que ser la reconstrucción y el
desarrollo de los mercados internos. Puede hacerse sin proteccionismo,
pero ¿qué tiene de malo? El proteccionismo tiene malos resultados
cuando sirve a los intereses egoístas de las élites locales frente a
los competidores extranjeros, pero no hay ninguna razón para no poder
proteger nuestro bienestar y nuestros bienes públicos frente a las
tentativas de arrebatárnoslos. Cuando los productos son baratos debido
a la sobreexplotación del trabajo y del medioambiente, tenemos derecho
a cerrar nuestros mercados a estos bienes, ayudando así a la mejora de
los estándares de trabajo y al medioambiente general. Sin embargo, el
desarrollo de los mercados internos no debería basarse en un
consumismo renovado; la mayor parte de la nueva demanda debería estar
generada por las necesidades y el consumo colectivos. Se necesita un
buen transporte público y vivienda accesible, así como acceso
universal a internet financiado públicamente, programas culturales y
desarrollo e investigación científica orientados hacia las necesidades
populares como la salud y la descontaminación del medioambiente. Por
último, se necesita nueva infraestructura para el suministro de
energía, agua y comunicaciones. Estas son las nuevas demandas que
harán avanzar la economía con mucha más fuerza que el consumo
individual.

Finalmente, no podemos tener una nueva economía sin un nuevo sector
público. La mayoría de las privatizaciones de las últimas décadas han
resultado ser un fracaso, algo que actualmente está ampliamente
aceptado por el público, los expertos e incluso los media. Las élites
ricas se ven actualmente obligadas a reconocer que la privatización no
ha funcionado, pero por razones obvias no quieren hacer marcha atrás.
Por lo tanto, el trabajo de hacer marcha atrás nos corresponde a
nosotros. De todas formas se necesita mucho más que simplemente
devolver numerosas compañías a la propiedad pública. Debemos
reestructurar estas compañías  interconectando sus tecnologías,
prácticas y conocimientos. Todos estos elementos deben ser integrados
para servir a las necesidades del desarrollo, y la gestión debe ser
democratizada.

Necesitamos un nuevo modelo de empresa pública basada en la apertura,
en la eliminación de barreras dentro del sector público y en nuevos
criterios de eficiencia que incluyan la contribución al desarrollo
social. Tenemos que socializar el sistema bancario, suprimiendo la
especulación financiera y alentando la inversión y proporcionando
micro-créditos a las pequeñas empresas, a los municipios, a la
creación de empleo y a la experimentación tecnológica a nivel local.
La energía y los transportes deben convertirse en servicios públicos,
lo mismo que la sanidad y la educación y gran parte de la producción
orientada a estos sectores debe ser llevada a cabo también por la
empresa pública.  Ello debería formar parte de un esfuerzo general
para conseguir una mayor interacción e integración. Productores,
usuarios y consumidores deben cooperar directamente a través de redes
públicas.

Que algo sea público no quiere decir automáticamente que pertenezca al
estado. Sin embargo, la propiedad pública se crea a través de la
propiedad estatal y si hay que nacionalizar (no hay otra manera de
crear un nuevo sector publico) hay que transformar el Estado. Los
neoliberales hablan largo y tendido sobre los peligros de la
burocracia y sobre la corrupción oficial, pero en el mundo de la
privatización absoluta las toleran alegremente. Es más, en muchos
sentidos están interesados en que el estado sea ineficiente y corrupto
para así disuadir al público de querer expandirlo a través de la
socialización de la propiedad privada. Así se explica que después de
tres décadas de neoliberalismo en Occidente, y dos décadas en otras
partes, no haya decrecido el nivel de corrupción ni el número de
escándalos ni el ejército de burócratas frecuentemente incompetentes.
Por el contrario, han crecido en todas partes, incluso en los países
europeos que están orgullosos de sus tradiciones democráticas y de su
eficiencia. Hay que descentralizar el Estado, democratizarlo y hacerlo
más abierto al público. Deberíamos acordarnos de lo que Lenin dijo de
los soviets en 1905 y 1917. Necesitamos organismos directamente
implicados con la población. La democracia parlamentaria es buena,
pero no es suficiente, necesitamos instituciones de democracia
directa.

Finalmente, necesitamos integración regional, que no tiene que ver con
abrir mercados para corporaciones occidentales decididas a vendernos
mercancías chinas. Se trata de proteger colectivamente el desarrollo
industrial e introducir estándares de educación que correspondan a las
necesidades de la región. Tiene que ver con la ciencia, orientada a
esas mismas necesidades locales, con el desarrollo de nuevas
tecnologías que sean baratas, fáciles de usar y adaptadas a un tipo
particular de entorno. Tiene que ver con crear mercados para las
industrias locales y en el proceso, no solo abrir el camino a la
industrialización y reindustrialización, sino también vincularlas al
desarrollo humano. Tiene que ver con la integración de los sistemas de
transporte. Tiene que ver con la abolición colectiva del absurdo
sistema de propiedad intelectual que nos imponen las corporaciones
multinacionales, al mismo tiempo que nos pronunciamos contra esas
corporaciones con una voz unida. No tiene que ver con la abolición de
la soberanía nacional, como ha tratado de hacer la Unión Europea, sino
de fortalecerla mediante instituciones internacionales representativas
responsables ante el público.

Las revoluciones árabes que actualmente estremecen al mundo ofrecen
una oportunidad para dirigir la región y  toda la humanidad hacia el
cambio democrático, lo que a largo plazo nos conducirá a la superación
del capitalismo. Esas revoluciones tienen que plantear los temas de
integración regional y depolíticas económicas orientadas hacia
intereses sociales. Pero las revoluciones también pueden fracasar y
ser derrotadas. La lucha para hacer revoluciones y defenderlas tiene
lugar en un ámbito nacional, pero en su significado es verdaderamente
internacional. Para comenzar una revolución, pueden bastar la cólera
popular y la voluntad de cambio, pero para que triunfe, es esencial
una fuerza política seria. La izquierda en los países árabes se
enfrenta a la tarea de unirse y de ayudar a construir dicha fuerza, no
solo como un modo de contribuir a la transformación del mundo árabe,
sino para ayudar a cambiar el mundo en su conjunto.


Boris Kagarlitsky es investigador asociado de Transnational Institute
y director del Instituto de Globalización y Movimientos Sociales de
Moscú. Este trabajo se presentará en una conferencia en Ramala,
Palestina ocupada, el 20 de diciembre para discutir políticas
económicas alternativas, organizada por el Centro Palestino por la Paz
y la Democracia.


Traducción para www.sinpermiso.info: Anna Maria Garriga

-- 
Patricio Chacon Moscatelli
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