La comunidad LGBTI reivindica su derecho al reconocimiento
LA HABANA.- A la marcha contra la homofobia y la transfobia en Santa Clara
nadie va obligado ni a “hacer bulto”, como los primeros de mayo. La gente
se acerca, camina, baila con la conga y grita: grita a la altura de sus
dolencias espirituales para que el pueblo los escuche, para que los
dirigentes se estremezcan. Sin embargo, esta tarde del 15 de mayo, ninguna
figura política se ha personado frente a El Mejunje de Silverio; tampoco
los medios oficiales asistieron al desfile, ni entrevistaron a los tantos
gais, lesbianas y travestis que exigieron a voces los derechos aún negados
y postergados por el estado cubano.
Como todos los años, Ramón Silverio encabezó la murga con la parsimonia que
lo distingue, con la carga a sus espaldas de tantos reclamos, prejuicios,
indiferencias. Tiene el poder de convocatoria de los grandes hombres
incomprendidos que han sabido hacerse de una idea justa y defenderla por
encima de convenciones arcaicas. María Jorge, la portera de El Mejunje,
conocida activista de la ciudad, se muestra también en primera fila, en
representación de las mujeres lesbianas y su derecho a la adopción, al
matrimonio igualitario. Los sigue una multitud desenfrenada, diversa y
variopinta.
Antes de la marcha, Silverio convocó a una carrera de tacones. El pastor
Curtis Smith de la Iglesia Comunitaria Metropolitana radicada en Texas,
también se ha colocado unos zapatos puntiagudos sobre largas medias con la
bandera multicolor estampada. Ha venido desde Estados Unidos para dar su
apoyo al movimiento villaclareño. Presenta a Liset Díaz, miembro de la ICM
en Santa Clara. “Esta es una iglesia inclusiva que acoge a todos y todas”,
explica la muchacha. “Nos reunimos todos los domingos aquí mismo en El
Mejunje”.
La calle Marta Abreu, una de las más transitadas del centro, en la que se
ubica El Mejunje, luce totalmente poblada. A pesar de ello, los autos no
hay dejado de circular por allí y uno que otro irrumpe entre la gente con
estridentes sonidos homofóbicos. “Quítate del medio, maricón…”, ha
vociferado uno de los choferes. Algunos ralentizan el paso, respetan. Otros
se lanzan como toros al paño rojo para disipar con odio a la congregación.
Dos canadienses aparecen en la escena con sendos vestidos de flores y
largas uñas acrílicas. Lo han hecho para solidarizarse, dicen.
Victoria no distingue realmente entre los términos travesti y transexual,
pero se sabe “humana” y con derecho a sentarse donde le plazca sin que la
policía la moleste. Dejó de reconocerse como hombre hace mucho tiempo
atrás. Ella protesta, se indigna, pero nadie hace nada: “La policía nos ve
sentadas aquí mismo en la esquina de El Mejunje, esperando a que la cola
baje para entrar, y nos dicen que estamos en una zona proclive a la
prostitución”.
“Nosotras no estamos en eso, pero igual te piden el carné, te lo quitan, y
se lo llevan para la cuarta unidad. Al otro día te citan y te hacen un acta
de advertencia por prostitución. Los oficiales nos amenazan diciéndonos
que, si no firmamos el acta, igual se queda ahí. Cuando tienes más de tres
de esas, te acusan de peligrosidad. Aquí en Cuba hay mucha delincuencia y
robo, y vienen a cogerla con los pájaros. La soga explota por el lado más
débil”.
A su lado, “La Javá” prosigue la conversación. Hace poco la sacaron del
trabajo por ir vestida de mujer. No le dieron tal razón, pero ella sabe que
fue ese y no otro el móvil principal para que la dejaran desempleada. “Hace
falta que por fin nos dejen ir vestidas así a nuestros centros de trabajo.
Imagínate, no me querían ni dar el uniforme. Yo no pido más que me dejen
tranquila de una vez y por todas. Verdaderamente sentimos que la sociedad
todavía nos discrimina. Por eso, vine a la marcha”.
Emilio González es un muchacho veinteañero que se declara católico y gay.
Está de acuerdo, dice, con el matrimonio “por lo civil, pero no por la
Iglesia. Yo tengo principios bajo la fe. No obstante, hay que reconocer que
Santa Clara es diferente. En otras provincias la gente te mira como si
fueras raro y te recriminan tu condición”. Boris Pedraza es amigo de
Emilio, pero no comparte sus principios religiosos. “Cuando marcho siento
una libertad tremenda”, espeta. “Nadie te puede tocar”.
Juana Candela es posiblemente la primera travesti que existió en Santa
Clara en los años noventa. Le llaman “La Reina madre” y estuvo presa en
varias ocasiones por defender estoicamente su derecho a vestirse como
mujer. A su edad, no entiende por qué los policías continúan pidiéndole la
documentación en las calles. “Al principio, cuando comencé a vestirme como
mujer, muchos hombres creían que era una de ellas. Cuando lo descubrían,
venía el fuetazo. Me preocupan muchas de las que toman pastillas y hormonas
para que les crezcan los pechos. Deberían tener derecho a operarse en una
clínica estatal todas las que quieran hacerlo, para que no tengan que
recurrir a la ilegalidad”.
Alain Moreno abandonó su nombre de bautizo y tomó el de Rebeca Duprae,
porque se siente femenina y quiere mostrarse como tal a la sociedad a sus
22 años. “Soy la faraona de la belleza”, comenta orgullosa y mueve coqueta
las pestañas postizas. Ella también reclama, también necesita
reconocimiento. “Pido, primeramente, que nos sigan abriendo puertas y que
se acabe la discriminación”, asesta. “Todavía los policías te montan en un
carro y te tratan como hombre, y la gente te tiran piedras en las calles.
Como todos y todas quisiera que nos aprobaran el matrimonio y la adopción.
Además, muchas necesitamos que algún día hubiese una tienda en la que
podamos comprarnos el pelo, bisutería, vestidos. Eso no lo hay en Cuba y,
casi siempre, tenemos que mandarlos a buscar en otro país y nos sale muy caro”.
A lo largo del recorrido se han sumado caminantes, mujeres con sus hijos en
brazos, madres y abuelas que comprenden, que luchan a la par de sus proles.
Este 15 de mayo, Santa Clara no parece una ciudad homofóbica. La conga se
ha detenido en el punto de salida. De regreso al templo de Silverio alguien
se ha arrodillado frente al cartel que señaliza el sitio inclusivo y se
santigua. Pide en silencio, quizá, que El Mejunje se parezca un poco más a
Cuba.