Coleccionistas de ligues de una noche, defensores de la monogamia,
románticos empedernidos y practicantes del poliamor son solo algunos de los
protagonistas de Una barba para dos, una provocativa colección de cuentos
inéditos que vuelve a demostrar la inventiva desbordante de Lawrence Schimel.
El autor, galardonado en dos ocasiones con el Lambda Literary Award, dibuja
un complejo mapa emocional y sentimental en el que reivindica la sexualidad
en todas sus variantes, ofreciendo un canto a la vida atrevido y sin
prejuicios.
Sus textos han sido traducido a más de treinta idiomas, incluyendo
islandés, maltés, estonio, esloveno, turco y coreano. Ha colaborado con
muchas revistas y periódicos —como ABC, Zero, Shangay Express, The
Christian Science Monitor, The Boston Phoenix, Isaac Asimov's Science
Fiction Magazine, etc.— y sus relatos y poemas están incluidos en más de
doscientas recopilaciones, entre ellas Lo que no se dice de la editorial
Dos Bigotes.
Microrrelatos de alto voltaje
Precariedad
Dado el precio de los condones, decidimos cerrar la pareja. Por lo menos,
hasta que uno de los dos encontrase trabajo.
Rapado
Me quejé a un amigo de que desde que me afeité la cabeza, solo me entran
pasivos. Cuando le veo de nuevo, él también se ha rapado. Y por primera
vez, me parece atractivo.
—Te hice caso —me dice.
—Funciona —le contesto. Pongo la mano encima de su muslo.
Me sonríe, y mueve mi mano.
La recoloco encima de su paquete.
Después
Me pidió ducharse antes de irse.
Luego se vistió y se marchó, con un último beso y un «gracias», todo
correcto pero nada más. Por un lado me alegró, porque no me apetecía dormir
acompañado esa noche y menos con un desconocido. Pero el polvo no había
estado mal y no me hubiera importado volver a verle. Tampoco yo le dije
nada. Pero era un golpe a mi autoestima. Aunque no quisiera verle de nuevo,
quería que a él sí le apeteciese.
Entré al baño para mear antes de acostarme.
Y mientras tiraba de la cadena, empecé a reírme: había escrito su número de
teléfono en el vaho de la mampara de la ducha.
Vendado
No solo intensificó mis otros sentidos, sino que me dio uno nuevo: ser un
objeto de deseo. Cuando pasó su mano por la espalda, el hombro, el muslo,
no solo le sentía sino que imaginé cómo me estaba viendo él: sólido pero
rendido, todo suyo.
La polla entumecida se meneó sola, llamando la atención, saludando a
cualquiera que nos mirase allí delante de la ventana abierta.
Se busca
Había un cartel con la foto de un gato pegado por todo Chueca. La tercera
vez que lo encontré, me paré a leerlo:
SE BUSCA
GATO BLANCO Y NEGRO
SE LLAMA METEORITO
SU AMO ES ACTIVO
Y TIENE POLLA DE 21 CM
Busqué por todo el barrio, pero ya no quedaba ni una de las tiras con el
teléfono del amo del gato en ninguno de los carteles.
¿A dónde vamos?
Llevo más de diez minutos en la esquina, pero cada taxi que pasa ya está
ocupado.
El semáforo se pone en rojo y para otro taxi con pasajero justo delante de mí.
—¿A dónde vas? —me pregunta el taxista por la ventana.
Le digo.
—Pues sube —me indica, y no lo pienso. Me siento delante, me pongo el cinturón.
El otro pasajero es un americano, va a Chamartín. Dice que ha conocido a
una española esa noche en un bar y que le dio un beso en la boca. Pregunta
si todas las españolas son tan atrevidas.
Noto cómo crece el bulto en el pantalón del conductor. Él me ve observándole.
Dejamos al extranjero en la estación.
—¿A dónde vamos? —me pregunta.
Extiendo una mano y la coloco en su muslo.
Me sonríe y apaga el taxímetro.
Prueba de lógica marica
Si Juan tiene trece cervezas y nueve condones, ¿a cuántos amigos debe
invitar a su casa esta tarde?